El albaricoquero

Ten mucho cuidado con los carteristas, le dije, son muchos y son profesionales; van a la caza de los turistas y luego luego te notan que no eres de aquí, parece como si conocieran a todos los que viven en la ciudad porque reconocen inmediatamente a los de fuera. No suele haber atracos con violencia ni situaciones más desagradables pero en un santiamén te dejan limpia con artes de birlibirloque, y eso ya es bastante incómodo. No tiene caso que traigas contigo el pasaporte ni más dinero del que puedas necesitar para el día ni ningún documento extra…

Pero los carteristas son más listos que las prevenciones y los turistas están siempre en situación de fragilidad mayor que de ordinario porque no conocen infinidad de códigos que uno maneja sin darse cuenta en el lugar donde vive: colores, volúmenes, ritmos, aproximaciones. En la escuela de cacos deben estudiar el esfuerzo que cuesta dominar el entorno para hacerse una naturaleza protectora. Y claro, en la noche llegó angustiadísima porque le robaron la bolsa con el pasaporte, el dinero, la licencia de manejar y no sé qué otras identificaciones. Adentro de un restorán bueno, me desabroché la kangurera (acá se llaman riñoneras) para estar más cómoda y cuando me di cuenta ya no estaba. Si te digo que son profesionales: te van siguiendo hasta que te descuidas y saben que tarde o temprano caerás. En la delegación de policía no le tomaron la denuncia porque no podía identificarse, vaya a su consulado y que le den una carta de reconocimiento, y el consulado no puede elaborar un pasaporte sustitutivo sin que haya denuncia previa de robo: un coñazo, como se dice acá. Finalmente, aunque es sábado, hay guardia en el consulado y dentro de un rato estará resuelto el intríngulis y mi amiga podrá tomar su avión a las dos de la tarde. Uf. Por cierto, la responsable de la guardia ya estaba advertida desde las tres de la mañana por la Secretaría de Relaciones Exteriores de que mi amiga llamaría hoy a primera hora porque otra amiga común, desde México, llamó para avisar del percance, o sea que, en este caso, no está uno tan solo como parece.

Hoy correspondía el turno a otro de los poemas que me pidieron para la Memoria del CIELA Fraguas, de Aguascalientes, así que queda en blanco ese espacio pero como tengo horror al vacío me permito sustituir la página con una prosa curiosa que encontré en mi archivo; yo creo que es del año antepasado pero he vuelto a pasar por ahí montones de veces y las cosas no han cambiado un ápice.

Por cierto, el nombre de la página de hoy no se corresponde con nada de lo escrito pero ¿a poco no es una palabra bonita?

LA CAMISA DE PANA Y OTROS PELIGROS

Hay en la calle de Espoz y Mina, esa calle estupenda de Madrid que desde que cerraron la Casa del Azafrán, la tienda de productos manchegos, se ha quedado chimuela, una tienda de ropa y artículos de caza y pesca muy bonita ante la que siempre me detengo a ver los aparadores pues me hacen recordar unos que había en Cinco de Mayo, en México, cuando yo era chico, y que solían tener cosas semejantes porque se dedicaban al mismo giro, aunque despues, con la prohibición de venta y posesión de armas supongo que habrán quebrado, o quién sabe, tal vez el hecho de tener en las vitrinas cabezas reducidas por los jíbaros del Amazonas colgadas de sus propios pelos les trajo la mala suerte, a lo mejor los dueños tuvieron una muerte horrible, o sepa Dios; el caso es que en este establecimiento madrileño hoy vi una camisa de pana verde oscuro, como de cazador, a muy buen precio y muy bonita, con dos bolsas y broches como de ropa vaquera, y me dije, ándale, muchacho, siempre lo dejas para después, siempre se te antoja entrar a esta tienda y no te decides, no seas tímido, seguro que te van a tratar bien, ya una vez vi uno de esos sacos ingleses encerados que son también como de cazadores o pescadores, como el que tiene Arturo Beristain, que calientan mucho y son impermeables, y esa vez no me atreví a entrar; otro día, debo haberme dicho; así que agarro y que me meto sin pensarlo más. En efecto, me trataron bien, fueron amables, pero de camisa nanay, sólo había talla S y sin esperanzas, porque me dijo el afable sujeto que hasta la próxima temporada ya no tendrán. Ah, dije yo, y ¿cuándo es la próxima temporada? Pues en septiembre, me contestó, mirándome con extrañeza como si le estuviera yo preguntando algo que debía saber. Supongo que se referiría a la temporada de caza (o de pesca) para la que están prescritas esas camisas. O sea, deduje, que no son para ponerse así nomás, como camisas de andar por casa, sino que deben ser reglamentarias, y no sé si hay infracción y sanciones por usarlas fuera de su lugar debido, o algo peor; de la que me salvé.

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