Quería con todas mis ganas conservar las sensaciones, los inasibles talcos del sueño, que no se me fueran esos sutiles tejidos más leves que los hilos de la seda en suspensión, pero es imposible, el ejercicio de la conciencia lo arrasa todo, avasalla cualquier estado puro anterior a ella. Se me esfumaron las mejores escenas con sus locas, con sus absurdas conclusiones, con sus irracionales análisis. Sé que había mucho pero ahora ya no puedo saber mucho qué. Quién va a poder conservar las minucias del sueño si se levanta, va al baño, se lava las manos, va a la cocina, saca la fruta del refrigerador, calienta una almohadilla para fomentos, revisa su correo electrónico y finalmente se apresta a describir lo que había en ese otro territorio en el que no prima la conciencia. El caso es que la física cuántica había ya dado el paso y logrado, con la mayor naturalidad del mundo, la teletransportación, y a mi lado podía estar un automóvil más o menos antiguo y elegante, venido porque sí, por traslación molecular, digamos, desde otro continente; o ropa, me parece, que también aparecía de la misma manera; no, no estaban a mi lado, yo estaba en el auto y en la ropa… Nada, ¡maldición!, se esfumaron todas las galas del sueño, no me queda ya nada que contar. Debiera borrar todo el párrafo anterior; no lo hago para que sirva de escarmiento a soñadores descuidados. Porque al sueño se le agarra en caliente, cuando está acabadito de hacer, antes de pensar en ninguna otra cosa, si es que uno quiere que tenga su propia carne misteriosa y fascinante. Como uno que sí alcancé a transcribir hace dos o tres años. Y que aquí pongo como mínimo testimonio de amistad con Fernando del Castillo
Vamos Fernando y yo por una calle y pensamos en una imagen y en la forma de cumplirla: invocar a las musas. Para hacerlo nos metemos a un amplio vecindario y nos dirigimos a buscar el número 8 porque sabemos que allí ha de hacerse, y la invocación será mediante humo, mediante exhalaciones de humo, sacrificios con sahumerio, pero ha de ser frente al 8. Cuando estamos ante la entrada con ese número vemos que se trata del acceso a los baños, de modo que no hay ningún problema, no se incomodará a nadie, puede hacerse. Unos vecinos que están ahí nos preguntan que qué estamos haciendo, o qué buscamos, y les decimos de qué se trata: de invocar a las musas. Yo no fumo hace muchísimos años y mantengo los ojos cerrados para tratar de conservar dentro de mí la pureza de la imagen pero uno de ellos que ya se ha incorporado a la acción enciende unos cigarrillos y nos los reparte. Yo sé que no se trata de sahumar así pero acepto el cigarrillo y comienzo a echar humo, como ensayando el sacrificio. En eso aparece cantidad de gente del vecindario deseosa de participar, y yo, que sé de lo que se trata, como director de escena trato de explicar los movimientos, las acciones, pero la iniciativa popular me rebasa. Hay ya una gradería y un escenario en el gran patio, al menos un templete; la gente hace música, luce vestuarios, jovencitas que bailan, instrumentos improvisados, hay alegría y entusiasmo desbordados. Tratamos de sistematizar un poco el desorden y desde el escenario quiero hacer consciente a la gente de que la escena es suya aunque tenga en las tablas y en los respaldos los logotipos del PRI, quiero explicarles que esa manipulación política de poner su logo en los bienes comunes ya no sirve, está superada. El escenario tiene ya vida propia en sus participantes. La acción continúa, sin que Fernando ni yo podamos contenerla o abarcarla hasta que desde un punto que domina más o menos la escena, aunque está fuera, mando a alguien a decir algo que podría ser la explicación o el discurso final, pero al terminar me pasa la palabra porque soy yo quien tiene que concluir; yo entonces me acomodo mejor y veo hacia arriba: son muchos pisos y en todos hay un gentío, es como un gran corral de comedias; son un titipuchal, murmuro; han salido cientos de vecinos. “Fernando y yo -digo proyectando muy fuerte la voz, aunque ya comienza a haber demasiado barullo-, Fernando y yo tenemos una amistad creativa –sigo diciendo con imperiosa necesidad de síntesis-, nos propusimos invocar a las musas y sabíamos que tenía que ser frente al número ocho.” Ya es un caos, una romería, una verbena, de todos lados sale gente, ya no me escuchan, el barullo se impone. Todavía alcanzo a insistir en el remate de mi alocución: “¡La creación se ha logrado. La creación se ha logrado!” Y luego Arturo Beristain me aconseja que lo escriba. Sí, mira, me dice, en el primer acto van dos cuates solos y planean invocar a las musas… Luego se me desdibuja la estructura que aparentemente era tan fácil. Te va a quedar bien, me dice.
Hay veces que uno escribe algo que preferiría no haber escrito y que sin embargo sabe que no puede, que no debe borrarlo, más allá de la calidad literaria que le reconozca, a partir de que uno entiende, o cree entender, cuándo un poema o un texto cualquiera, está terminado. En el libro, al formarlo, se podría decir que cumple la función de los colores contrastantes en un cuadro, que sirven para matizar otros. Tiene anécdota pero no quiero contarla porque no es anecdótico, no se refiere a algo en particular sino a la percepción de un movimiento espiritual que no necesariamente es grato. Por lo demás, creo que es sumamente claro lo que dice.
TRAGEDIA
Nada caduca
por más que el tiempo pase
uno cree que las huellas
se han borrado
cuando el crimen se asoma
de nuevo a la ventana
con cara de payaso
y el payaso espanta.
[audio:http://www.alejandroaura.net/vozpoemas/SeEstaTanBienAqui/L2007AAura36tragedia.mp3]