Ya nomás me apuro a escribir la entrada de hoy lunes y me voy corriendo a preparar el desayuno porque va a llegar Milagros de la piscina y viene con un hambre… Un parlamento así qué esperanzas que fuera posible en el lenguaje en el que fui educado. Mandilón, regañado, mariquita sin calzones, se los quita y se los pone, en tu casa quién manda, ya no se sabe quién trae los pantalones. Pero la verdad es que oigo pasar todos esos comentarios y otros peores bajo la capa de mi conciencia (so capa, se decía antes, qué bonito) y no me siento mal, buen trabajo de reeducación el que he hecho conmigo mismo. Sin contar con que tengo apoyo legislativo: se acaba de aprobar en España la Ley de Igualdad, que obliga a trato equitativo para hombres y mujeres en todos los órdenes de la vida, el laboral, el social, el de apreciación, el doméstico, gulp, porque mal que bien las mujeres siguen ganando menos que los hombres por trabajos iguales y tienen menos oportunidades de ascenso, sobre todo a puestos de dirigencia, tanto en las empresas como en la política, y preparar el desayuno es fácil, sin contar con que a mí la cocina siempre me ha parecido un ámbito creativo y me siento rete bien en ella. Acá no crean que hay que preparar peneques de queso con caldillo y frijolitos refritos, ni huevos al gusto, ni nopalitos navegantes, ni chilaquiles con pollo deshebrado y su huevito estrellado, ni quesadillas de zaguán con su salsita verde ni nada que se parezca a los poderosos desayunos mexicanos; no, sólo desayunamos fruta, te y algún panecito dulce, y eso porque a mí me gusta el tema de la fruta y aprovechamos y nos ponemos en el mismo tazón frutos secos: nueces, pasas, piñones, y cereales: que si avena, que si amaranto, lo que nosotros llamamos granola y acá le dicen muesli, y así, porque si nos atuviéramos a la regla desayunaríamos el te y un bollo y cuando mucho un zumo de naranja, que es lo que se estila.
En el Paraíso no había anafres ni sartenes ni ollas, ni fregadero para lavar los trastes; no se había inventado el aceite ni se cultivaba nada, ni milpa ni huerto, ni noción de trabajo, pero tampoco había fast food ni platos desechables por lo que la bronca que nos han dejado a la imaginación es mayúscula. ¿A poco nomás comían fruta recién cortada de los árboles, con la excepción de aquellita? ¿Y qué: los huevos se los comían crudos agarrados de debajo de la gallina? Si no había cultivo no había frijol ni lenteja ni garbanzo, ni maíz, claro, si andábamos por la Mesopotamia y el maíz se inventó en Tehuacán, y si se les antojaba un conejito a las brasas o cualquier otra proteína, qué harían. Nimodo que con las puras frutas comidas con todo y cáscara -¿o escupirían la cáscara?, porque no había cuchillos para pelarlas- hubieran llegado a la edad adulta y tuvieran el coraje de comerse aquello. Y después, ya expulsados, el trabajo que les habrá costado prepararse un chocolate para la merienda. Allí debe haber empezado la cosa: órale, mi reinita, a sonarle al metate que se nos llena de gorgojo el cacao.
En fin, que seguramente me apareció el tema del Paraíso pensando en las manzanas, que las pobres están cada vez más desnaturalizadas; tal es el tema del poema que corresponde al día de hoy.
MENSAJE DEL PARAÍSO
Hay que dejarla en paz:
entre todas las prodigiosas
transformaciones que habéis hecho
ninguna ha sido tan devastadora:
“Descubren levadura que impide
la putrefacción de la manzana
cuando está en refrigeración”,
dice hoy la prensa.
La habéis hecho pagar su culpa
hasta quitarle todo lo que la hizo
originalmente deseable por sabrosa,
por malvada y por perecedera.
Y ahora le queréis quitar la muerte.
Qué saña.