Hoy es el último viernes de marzo, mañana aparecerá el poema de despedida y el domingo un colofón. El lunes habremos de empezar con otra cosa. Está pendiente el rimero de anotaciones con que he tratado de no olvidar algunos momentos de actividad y diversión en la cocina y que nunca ha acabado por volverse libro de recetas gracias a mi desordenada costumbre de decir un poquito, tantita, un puño, cualquier cosita y otras imprecisiones a veces aun más escandalosas donde se espera que uno diga tres unidades y un octavo de cuarto, ciento ochenta y dos gramos o diez y siete decilitros y medio. No obstante, el fin de semana, mientras el carboplatino hace sus excursiones, galas y funciones de beneficio en el laberinto curioso de mis células, habré de reflexionar sobre el contenido del siguiente diario, porque también hay dos o tres o cuatro libros de poemas que reclaman que si este es un blog de poeta se les dé chance de hacer su aparición. Procuraré tener serenidad en medio de la batalla interna y darle a cada cosa su lugar.
Por lo pronto volvamos al libro que nos ha tenido ocupados y reunidos este mes y medio. Un libro no es un examen profesional, no es una tesis, no es un ejemplo de lo que deben ser los libros sino un cuerpo vivo con sus funciones vitales, sus éxtasis, sus situaciones incómodas, y latiendo en toda su extensión la ansiosa construcción de su alma. Hay libros con alma y libros desalmados. Este pobre se debate hasta el final por construir su alma. Como hacemos todos, aunque haya apabullantes diferencias en los resultados.
TEQUILA Y VIDA
El que acaba de comer
y no se toma un tequila
es que ha perdido el norte
ve hacia todos lados
y no sabe qué hacer
o está enfermo
o ya se quiere morir
porque hay algunos que ya se quieren morir
y entonces comen y no se toman un tequila
porque así hay gente.