¡Éntrenle!

Perdonen ustedes que salga sin la serenidad que me caracteriza pero es que hoy me toca ir al ritual de la sangrita. Me tienen que dar el níhil óbstat para la segunda parte de la ración de carboplatino que me dieron la semana pasada. Menos mal que esta es suavecita. Nomás que tengo que estar en el hospital a las ocho, con mis venitas limpias y el corazón rebosante, de preferencia bañado, peinado y afeitado, y como me gusta desvelarme… Ya les contaré lo que pasó, si es que hay algo que contar.

Hoy empieza la publicación del libro “Poemas y otros poemas”. Uno cada día irán apareciendo los objetos, unas veces cristalinos; capilares, otras; chorreando sangre o miel como sacerdotes de un culto viejísimo, en ocasiones, algunos; cada uno de los que forman la colección. Les informo, pues, que quedan ustedes expuestos a un nuevo libro. Yo también, porque aunque ya salió en papel, en el FCE, de España, en 2003, la verdad es que casi nadie lo conoce. Ahora tienen la posibilidad de leerlo cada día, poco a poco, y entrar al terreno prodigioso de la creación poética. Como cosa ordinaria, de personas. Vaya, lo que digo es que el medio propicia un modo distinto de leerla y como el autor está tan a la mano es posible dialogar con él: a ver, mano, esto por qué. Cómo fue que te pareció que esto cabía en el ancho manto de la poesía. Qué te hace cometer tantas barbaridades. De dónde sacaste el brillo de esta luz. Y digo para mis adentros, para mi menda: no me levanten la voz, pero tampoco me la bajen. Yo feliz de que se metan conmigo; nadie se mete con los poetas, parece que tenemos un piso aparte en los repartos de la sociedad. Algún patriarca del oficio nos aisló de los demás, no sé cuándo, y desde entonces estamos hablando solos. Y quedito.

Ustedes habrán visto esos celajes impresionantes que hay cuando la bóveda está despejada y hace viento, y arriba se ve, muy lejos, jirones de nubes que ya no tienen patria; basta con tener una poca de paciencia y mirar hacia el cielo de vez en cuando. Pues con esa imagen está hecha la carne adolorida de este breve poema que abre el libro y le da el tono.

OCASO

Ya el cielo
tiene
unos cuantos
pelos
de viejo:
la tarde
se acaba.

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