Manuel Ortuño

Ya había yo tenido oportunidad de mostrarle mi admiración al historiador Manuel Ortuño cuando trabajé en el Instituto de México en España y organizamos la presentación de uno de los libros que ha publicado sobre Francisco Javier Mina, héroe de nuestra Independencia, porque me parece muy valioso que un investigador hispano hoy día vuelva los ojos al pasado común que tienen con nosotros, pero ahora mi admiración se ha multiplicado: acaba de publicar con Trama Editorial un libro revelador y a mi juicio importantísimo para ambos países: “Diplomáticos de Cárdenas, Una trinchera mexicana en la Guerra Civil”.

La visión del presidente Cárdenas y sobre todo, la interpretación y defensa de la dignidad internacional y de los principios legales y humanitarios planteados en esa visión por parte de Isidro Fabela, tienen una fuerza, una actualidad y una contundencia que si hoy volviéramos a tener diplomáticos de esa talla otro gallo nos cantara. Qué manera la suya de entender y transmitirle al gobierno de México el conflicto interno de la República Española, su evolución y sus consecuencias, y por otra parte el juego de fuerzas en Europa que desencadenó, tan previsiblemente como él lo ve, la Segunda Guerra. La posición de México ante la crueldad de los intereses europeos con los cientos de miles de refugiados en Francia, defendida también por el ministro Luis I. Rodríguez, me ha hecho sentir legítimo orgullo de ser mexicano, aunque estemos pasando por un bachecito histórico que por desgracia ya va durando buena parte de mi vida adulta. Qué buenos servicios hace a México y a España Manuel Ortuño, que, entre paréntesis, el primero ya reconoció al otorgarle el Águila Azteca, en 2003.

Poco a poco se ha ido estabilizando la participación de los lectores en el diálogo que hace posible este medio; cada vez está más atendida y pachoncita la sección de comentarios, cosa que me alegra y me entusiasma. Pero sigue reconcomiéndome la curiosidad por saber quienes son esos enigmáticos lectores que aparecen constantemente en Hanoi, en Jakarta, en Australia, en Marruecos, en Buenos Aires, en Santiago, en Beijing, en Ohio, en Santo Domingo. Y el servicio de registro de visitantes no me aporta más datos que estos que me sorprenden, o yo no los sé ver.

Los signos de todas las cosas están en nuestra vida diaria; las mitologías, las religiones, la historia, todo se revela a todas horas ante el que lo quiere ver. Más o menos esa es la cucharada de azúcar en el café de este poemita.

CATACLISMO

Saqué la cuchara
pero en la azucarera
quedó un cataclismo:
la montaña cósmica,
la inmensidad rocosa
comenzó a desgajarse
con el ínfimo estrépito
de la conciencia;
arriba de mi hombro
algún dios desayuna
endulzando con astros
su café.

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