Guardado en casa

Salgo poco a la calle últimamente -yo que siempre he sido pata de perro- pero la cosa se explica porque los medicamentos que me dan me provocan anemia y ésta me desarticula el vigor; me canso a la menor provocación; unas cuantas cuadras y quedo para el arrastre. De modo que mi natural pasear por las calles con aquel dejo de arrogancia juvenil, con pasos seguros y sonrientes, con ágil cintura y aspiración universal al viento se ha vuelto cansino y sin atractivos, lo que de por sí no me importaría si pudiera alargarlo. Digamos que camino una hora y quedo exhausto, tengo que descansar largo rato para reponerme. Y debo confesar, la verdad, que estoy harto. Estupendo de todo menos de eso. Me parece horrible el ataque justo al centro de mi inveterada holgazanería pedestre en cuyo seno acogedor he ensoñado toda mi vida y de donde han salido todas las piezas, partes, minucias, herramientas, refacciones y perplejidades con que se construyen los poemas. Muchos sentidos abiertos y a caminar por ahí, dejando que la vida revolotée sobre nosotros, como expuso ya con claridad Rubén Darío: “Poetas, pararrayos celestes…, rompeolas de las eternidades”.

Pero bueno, hoy es lunes, es día de hacerse propósitos. Como el de aumentar cada vez un poquito los paseos, para volver a hacer músculo. O cambiar la técnica y hacerlos breves y más constantes, nomás que está el inconveniente de que hay que regresar a la casa, descansar y volver a emprenderla por el mismo camino, lo que le quita bastante el atractivo de la novedad, de lo inesperado del paseo espontáneo. En fin: mañana iré a una clínica nueva a valorar la posibilidad de un tratamiento alternativo que justamente me ayudará a resolver esta carencia. Ojalá que funcione. Ya os diré.

Aunque no me sabe nada bien haber contado lo anterior; parezco quejica. Ganas me dan de borrarlo y empezar de nuevo; retomar el tema, sí, pero cambiarle el signo, volverlo heroico, quitarle la debilidad y el decaimiento y ponerle galas de aventurero, capa y espada, ferreruelo listo al embozo conveniente para raptar doncellas. Eso que decía del ensueño y los paseos no crean que es poca cosa, ahí se gesta todo el material de la imaginación. Pero no tengo suficiente energía para borrarlo: estoy un poco anémico.

Conozco el tintineo del agua cuando cae y eleva el sonido a la revelación de un símil con la voz íntima, acalorada si es preciso, de las mujeres. Y eso que conozco es lo que este poema -de la serie de muy breves con que comienza el libro- cuenta. Forzar el símil del agua con lo femenino, dándolo por sabido y aceptado, abre la espita para verter lo demás.

LA DUCHA

Del agua,
como de otras mujeres,
se sabe por su canto
su temperatura.

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