Hoy me toca el ritual de la sangre. A las ocho de la mañana -por lo que no hay riesgo de que sea un acto vampírico: el taxi en Alcalá va contra un sol que deslumbra- tengo que estar en el hospital. Ellos no lo piden pero yo voy bañado, rasurado y perfumado, porque de esa manera siento que me saldrá la sangre, si no más vigorosa, sí más despierta y contenta. Y esas sangres son las buenas, las que hacen cosas, las que dan sorpresas, las que mueven el mundo. Después de casi dos años ya las agujas me resultan casi tan familiares como las tijeras del peluquero, que, por cierto, me aterran. O no; fui algo exagerado: me disgustan nomás. Como es un trámite muy sencillo al rato estaré de regreso para desayunar y terminar esta crónica, antes de volver a la consulta…
En efecto: mucho más molesto es quitarse el esparadrapo, que se va con todo y vello y deja un territorio ardido y desolado, que el pinchazo ínfimo de la delgada aguja comisionada para entrar a preguntar por la sangre y traérsela consigo. Chupa como si fuera un animalito sediento y llena dos o tres mínimos tubos de vidrio (supongo porque prefiero no ver, con todo y todo. Claro: si no es la cosa en sí sino la idea de la cosa -como diría el filósofo- lo que causa los sacudimientos). Y listo, a desayunar, ¡a los placeres!, completamente libre hasta las once cuarenta y cinco, hora de regresar a la antesala a esperar el turno con el oncólogo que ya para esa hora sabe todos los secretos que se encierran en mi sangre. Supongo que en el reporte del laboratorio le dirán que estuve tomando stannum metallicum toda la semana y que antier me sacaron un buchezote de sangre por la vena del dorso de una mano, la pasaron por una máquina que la ozonizó u ozonificó, o como se diga, y me la devolvieron al interior por el mismo conducto con la intención de que me vaya bonito.
Tal vez también el chisme del laboratorio incluya los mezcales, tequilas, rones y vinos tintos que me he tomado últimamente, y de allí provenga esa miradita cómplice con que el médico me sonríe luego de ver los resultados. Antes de ayer tomé champaña también, por si no sale en el reporte. Y allí ha de venir lo bien portado que soy: que todos los días me tomo mi jugo de carne y mi licuado verde con berros, perejil, espinacas, piña y jugo de naranja. Y espero que también se chiven de que cumplo formalmente con hacer aparecer esta página en el espacio virtual de lo que no existe pero bien que se ve en cuanto la voluntad lo conjura: ven, blog, ven, aparécete ante mí, enciéndete y materialízate, sal de las profundidades ignotas en donde te encuentras y revélame los enigmas de la vida y milagros de este cuate. Y ya que toma cuerpo, me aplico y pongo aquí lo que corresponde, más o menos a la hora prevista, antes de irme a tomar mi tazón de frutas con cereales y frutos secos, que tanto bien ha de hacer y tanto me gusta.
AMBULANCIA
Nadie respeta ya a las ambulancias,
ni en París ni en nada,
su elocuencia desgarrada de sirenas que sienten que Ulises se les va
sólo mueve a sordera;
pues cómo es eso: frente al monstruo ululante
los peatones se siguen
obligándola casi a detenerse.
Sí, es eso:
su condición homérica es ya un poco irritante para todos.
¡Que se muera el que sea!
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