Antenoche, Ruiz Gallardón, el alcalde de Madrid, mandó una señal electoral que hay que tomar en cuenta: echó a la policía, de manera injustificada y exagerada, contra los chicos del botellón en los alrededores del barrio de Malasaña. Llovieron los macanazos. Claro que esos jóvenes no son como los que describí hace unos días que se reúnen en mi calle; allá son decenas o un poco más, y hacen un ruidero de todos los demonios hasta las tantas de la noche o de la mañana y orinan por hectolitros, y los pobres vecinos no hallan punto de reposo. De todos modos, no era para tanto: la policía es para controlar disturbios cuando median puntos de vista en la sociedad diferentes a los del gobierno o a los intereses que el gobierno defiende en forma prioritaria. Estos son nomás muchachos escandalosos. Y meones. (No había leído el periódico de hoy pero la escena se repitió anoche, magnificada.)
El alcalde optó, como Sarkozy el año pasado con los jóvenes de los barrios de inmigrantes en París, por la mano dura y la provocación en lugar de la negociación, de la búsqueda de soluciones administrativas y políticas, porque la mano dura ofrece seguridad y garantías para un sector grande de la población que se harta fácilmente de cualquier cosa que le incomode, y este alcalde se ha visto muy tolerante, muy dialogador, muy proclive a pactar, en contra de la corriente general de su partido, de modo que los botelloneros le vinieron como anillo al dedo, aunque no fueran causa razonable para la intervención policíaca.
Los momios se acaban de inclinar en su contra por algo que no es imputable a él pero igual entra en su cuenta: se han inundado gachísimo a las primeras lluvias las obras nuevecitas de la M30 (vía rápida periférica, costosa y faraónica, pero útil sin discusión) que acaba de entregar a la ciudad como prueba de su eficacia de gobernante. No obstante, no parece haber posibilidades de que su oposición le gane la partida electoral, por lo que hay que tomar en cuenta cuál es la verdadera catadura de su moral política. Digo, para cuando opte por un puesto más importante.
Este espacio, y quien lo sostiene, hace votos fervorosos porque dejen en paz a los muchachos que en alguna parte se han de reunir y han de echar fuera el exceso de energía que la Naturaleza da a los seres humanos durante esa etapa de la vida; el deber de los gobernantes es armonizar la convivencia de sus gobernados pero no a bastonazos, no limando las aristas con buril; pues qué modos.
Al pajarillo del poema lo estaba viendo a unos cuántos metros, a través de la ventana de mi estudio, en la jacaranda del jardín de Tiépolo (qué curioso, la memoria acaba de jugarme una trampa: veo con claridad al pajarillo caminando por una rama del piñón, pero eso fue hace años y el poema, testimonio fehaciente, dice que era la rama de la jacaranda); iba y venía por la gruesa rama y torcía el pico para hurgar en los intersticios de la corteza. Qué pájaro será, me preguntaba yo. Yo que a todos los conocía por su nombre porque venían diario a comer a mi mesa. Cómo se llamará este pájaro, me preguntaba.
NOMBRE DE PÁJARO
¿Quién es ese pájaro gris
que se atreve a caminar por el tronco vertical de la jacaranda?
Camina con su pico largo ligeramente inclinado hacia abajo, como si buscara algún corusquito que llevarse al buche,
y en la mañana, ¡ah, la destellante mañana de mi inusual ciudad!, cantará,
cantará,
cantará
como yo canto
cuando me pongo a cantar.
¿Qué pájaro es,
qué nombre tiene,
cómo es conocido entre nosotros?
Escúchalo: