¡Uf: fiu!

No sólo siento que es una responsabilidad; es un gran gusto. Aparte de publicar mis poemas, que fue el primer impulso, construir en esta página una realidad nueva, en la que valiéndome de todas las argucias posibles hablo con todos. Con todos. Porque la gracia de la construcción literaria es que acaba por ser leída por todos, aunque no todos los seis mil millones de seres humanos que hay en la tierra pongan sus ojos en nuestra página; no creo que estallen los marcadores de nuestro contador de visitas ni que vaya yo a ser la envidia del señor Google o del señor Youtube. Pero las palabras ciertas son como piedras en el agua y sus ondas no tienen límite.

Ahora, por ejemplo, me ha andado rondando en la cabeza -mi memoria es un desván desordenado y polvoriento, nada que ver con esos aparatos de recordar esmerados, limpios, útiles de quienes tienen estructuras mentales- una idea que según yo es de Alfonso Reyes: la de que nadie lo sabe todo pero que entre todos lo sabemos todo. Y atenido a lo que acabo de decir de que al escribir hablo con todos, me atrevo a pedirles que me ayuden, porque alguien lo ha de saber, y si ningún lector recuerda al autor del concepto, es fácil hacerme el favor de preguntarlo a quien lo sepa. Y así, yendo de venta en venta y de figón en figón la pregunta no faltará alguien más enterado que yo que me lo diga. Y nada más con saber quién pudo formular una verdad tan grande, una verdad tan indiscutible y generosa, yo me quedaría contento; no busco la cita para un artículo ni para una conferencia, ni para un epígrafe, sino para estar feliz conmigo mismo por haber leído alguna vez algo tan sabio.

Ya encontró Milagros en Internet algo parecido: que entre todos podemos llegar a saberlo casi todo, pero ni se atribuye a don Alfonso ni estoy de acuerdo con eso porque el casi esconde un tufillo religioso: hay conocimientos que nos están vedados a los seres humanos. Y no estoy de acuerdo. Por supuesto que no es que YA lo sepamos todo (ahí vamos, ¡ánimo!, cada vez un poquito más, aunque en Ohio hayan decidido cerrar las puertas del conocimiento y regresar a sus prosélitos a la estupidez), pero lo que sabemos, que es lo que SE sabe, lo sabemos entre todos.

Es cierto que a veces, como la semana que acaba de pasar, la realidad nueva que aquí pongo es una realidad bastante deleznable, que se podría tirar a la basura (me refiero a la realidad de la salud), pero viéndolo bien todas las realidades escritas son poca cosa hasta que se encuentran con sus lectores y hacen la fricción que se necesita para hacer fuego. Y eso no porque sean profundas o trascendentes o sesudas o doctrinales, sino porque lo único que nos acerca a unos y otros es la palabra. Y tampoco puede uno tirar sus días a la basura, por más desgraciados que sean.

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