Confieso que es una tontería puramente retórica, pero no pude resistir el recuerdo de alguna vieja película del oeste en la que la estampida de bisontes, asustada por las terribles luchas de unos contra otros, se iba derechito al acantilado, por donde iban cayendo irremisiblemente unos tras otros sin que hubiera poder que los detuviera. Algo realmente espeluznante. Y así me pareció que es a veces el aplauso, sobre todo cuando es muy inducido.
VITOR
La estampida del aplauso
se desboca en las praderas
del asombro
hasta acabar precipitándose
por el acantilado
de la desilusión.