Presentación y cubiletes

Bueno, ya está: la presentación de los libros de Calamus, entre los que vieneSe está tan bien aquí, que ya ustedes leyeron página a página en este blog, será el 12 de junio, a las 19:30, en la sede del Instituto Cervantes, en la calle de Alcalá, en Madrid; para los que viven en España, y en general, en Europa, es relativamente fácil asistir (en Madrid, obligado); un poco más dificilón se pone para los que viven en los otros continentes, pero no imposible, y no se imaginan el gusto que me daría. Y perdonen que me haya puesto por delante. Se presentan también los libros de Antonio Gamoneda, El cuerpo de los símbolos; de Francisco Hernández, Mi vida con la perra; y de José Miguel Ullán, De madrugada, entre la sombra, el viento. Presentan, Miguel Casado, Julio Trujillo y Jorge Valdés Díaz-Vélez, y modera Ernesto Lumbreras. Y los poetas leeremos un poco cada uno. Como se acostumbra, pues.

No es tan fácil encontrar aquí verdadero interés por los autores del otro lado del océano, por eso es valioso que Calamus, de Oaxaca, junto con Literatura del INBA, de México, hayan planeado hacer esta colección mixta y presentarla en Madrid, en el Instituto Cervantes, porque más allá de nacionalismos y mercados, el no conocernos lo suficiente nos empobrece a todos. Seguimos dando, un siglo después, la batalla de Rubén Darío, ¿se acuerdan?: ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?

En la Carrera de San Jerónimo hay un muy antiguo restaurante, de 1839, Lhardy -aparece, por supuesto, en las novelas de Pérez Galdós-, que exhibe delicias gastronómicas en sus aparadores y entre ellas tienen unos pastelitos idénticos a los que en mi niñez llamábamos cubiletes y que supongo que siguen existiendo en esos paraísos del pan y la alegría que son las panaderías mexicanas y se siguen llamando igual; se trata de unos volovanes con forma ligeramente cónica, cubiertos por arriba con azúcar pulverizada, como nevados y, en mi memoria, rellenos de crema pastelera. Estos no tienen esa delicia pueril sino que están hechos de distinta pasta por dentro, una más suave y esponjosa, y con ciertos matices misteriosos de dulzura, mientras la externa es más consistente, aunque igual de suave y exquisita. Les llaman merlitones y el primero que los trajo a casa fue José Sanchis. Son lo mejor que he comido en España en materia de pan dulce, aunque acá es un contrasentido llamarlo así: el pan es pan y los dulces son dulces. Y claro, es que la bollería, bastante mediana, difícilmente alcanza la divina categoría del pan. Como estas delicias de Lhardy. Y de vez en cuando, para festejar…

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