Ruidos en el cielo

Ya Pitágoras validaba la vieja teoría de que los astros tienen una música que les es propia. No es razonable. Pero tampoco es irracional. En todo caso, forma parte de esas metáforas que se usan desde los albores del pensamiento y el lenguaje. En este poema, la reiteración rítmica de los endecasílabos y del remate de los tres párrafos intenta una espiral, un trompo. Como si además del sonido de las palabras buscara el de la estructura.


RUIDOS EN EL CIELO

Cuál es ese sonido armonioso
que se da en las esferas celestes
recorriendo los cielos convexos
al rozar con sus cuerpos de luz
los extremos salientes y finos
de una carne sensible a los astros.

Me parece sentir esa música
más lejana que el punto que piensan
más remoto mis ansias de lince,
allá suenan y acá nos perdemos
en el más desolado silencio
de un mutismo de fiesta vencida.

De una carne sensible a los astros
que produce sus propias faenas
en el surco afanoso de vida
musical, servicial, matutina,
y proyecta su espiga sangrante
más allá de las puertas del cielo.

De una carne sensible a los astros.
De un mutismo de fiesta vencida.
Más allá de las puertas del cielo…

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