Ese niño

Ayer comentaba, a propósito del poema de Cartago, que yo era uno de los niños del grabado. Quise decir que me había elegido en uno de ellos. Me ha ocurrido algunas veces ver niños jugando o en cualquier actividad y escogerme a mí mismo con la imagen de uno de ellos. Ese soy yo, he dicho, y con eso he adquirido plazos de inmortalidad. Ya sólo quedan poemas para esta semana en el libro que estamos revisando, pero no os preocupéis, la vida ha sido larga y tengo muchos otros por publicar.

ESE NIÑO

Ese niño constante y repetido, ese del cabello cortado de tal modo,
ese que está en el patio jugando y al vuelo sus ojos y los míos
se cruzan, se tocan, se fijan, se proyectan;
ese soy yo, me digo, en ese me he elegido;

ese niño era yo, que desandé mi vida,
que a pura explicación fui reculando hasta el principio;
yo también fui gestado sin estatura ni promesa
y mi memoria, sin embargo, me entrega malas cuentas:
idéntica a la muerte fue la vida –supongamos–
y allá, del otro lado, sigo hablando;

una conversación sin interlocutores ni sentido,
una conversación con las palabras
que son las únicas que sí siguen aunque todos nosotros nos hayamos ido.

Cuando todos los que somos se hayan muerto seguirán las palabras aumentando el mundo
pues aunque se destruya guardará en su memoria algunas cosas:
la risa, la compulsión del baile, la posibilidad de haber sido

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