El año pasado solía costar cinco ochenta o cinco noventa el kilo de un queso que compramos y ha ido subiendo de a poquitos; ahora cuesta seis cincuenta. La barra de pan valía sesenta y cinco y ahora cuesta setenta y cinco. Los pistaches están carísimos: pasaron de trece o catorce a casi diez y nueve. Claro que la fruta y la verdura sube y baja según las leyes del mercado y la producción, pero desde el año pasado no hay tomates de menos de 98 céntimos el kilo; en mi mercado, claro; porque debe haber otros, en zonas más populosas, en los que se encuentren productos más baratos; hay cientos de miles de inmigrantes que viven en zonas periféricas y se las tienen que arreglar con poco dinero; poco, pero nunca tan poco como en sus lugares de origen, por eso están aquí. El metro también sube un poquito cada año. Y así.
Pero ya hace años que bebemos en casa un vino que nos recomendó una amiga; un vino muy barato y, la verdad, muy bueno. Por supuesto que hay mejores, mucho mejores; hay vinos que tocan a la imaginación con mano de seda, que muestran en el paladar de qué material está hecha la carne de las diosas, por ejemplo, o a qué sabe la leche de la vía láctea, y cosas así; pero la relación calidad precio del vino que bebemos es más que satisfactoria. Lo compramos desde hace unos cuatro o cinco años y la única condición, ligeramente incómoda, es que hay que hacer pedidos de diez cajas mínimo; pero los hago. A veces Baco se pasea por el pasillo de nuestra casa riéndose y sonando su tirso florido por el pasillo que va hasta el baño.
Cuando vine aquí el peso mexicano se cambiaba por ocho euros veinte centavos, ahora cuesta casi quince. Aquella España barata que conocimos ya no existe. Pero es notable que este vino es lo único que compro regularmente que no ha aumentado su precio; lo que subió un poco el año pasado fue el transporte, que me cargan porque lo traen desde un pueblo cerca de Logroño, en la frontera con País Vasco, o sea que es apenas riojano. Tanto tiempo y sigue costando lo mismo, en contra de la tendencia general. Este es un asunto que los economistas deberían tomar en cuenta y explicarme. Yo, la verdad, no sé cómo interpretarlo. Lo consigno como un hecho sobresaliente, nada más. Y muy satisfactorio.