Trabajador constante

Esta semana hará cuatro meses que comencé a escribir esta bitácora. No he faltado un solo día al trabajo, no me he pedido ni un día de descanso porque lo que menos me pasa es que trabajar me canse (perdón, Pavese) y no veo que pronto vaya a pedir bajas o licencias. Por lo general entro temprano, aunque a veces, y lo he confesado, he cometido el feo y juvenil atropello de quedarme dormido, sobre todo cuando la noche ha sido voraginosa y la seda de la luz matinal ha cubierto mis ojos con piedad de hermana. Produzco ciertas ordenaciones de palabras, tratando de ser claro y sobre todo, breve, en las que cuento lo que perciben mis sentidos, lo que acomoda mi imaginación y lo poco que procesa mi inteligencia; las acomodo en su sitio, aviso a los órganos correspondientes que ya lo hice, las encomiendo al azar incorruptible, y luego salgo a desayunar, con la conciencia del deber cumplido.

Algunas veces me he sentido lleno de vigor y fuerza y chico se me ha hecho el mar para echarme un buche de agua, y otras he remontado la página con esfuerzo y arrugas en la frente y en el corazón. Siempre con entusiasmo. Igual me muevo en la dicha que en la desdicha, porque todo en esta labor me es alegría. Hoy es domingo y no sé cómo irá a estar el clima (amaneció fieramente nublado) pero es verano; anoche estuvo lloviendo y refrescó un poco. Tuvimos el corazón alegre y entre que son peras o son manzanas nos pusimos a jugar con la baraja hasta que cada quien perdió un reino o ganó las indulgencias que tanta falta le hacían. De seguro en alguien habrá quedado tanto acopio de corazones y diamantes que hoy vuelva a retarnos. Eso tienen los fines de semana, que propician algunas especulaciones.

Mañana me enchufarán a la vía intravenosa por donde me inducen la promesa de que seguiré escribiendo más y más páginas de este diario. Ya está previsto que vendrán unos días difíciles para mi energía pero no necesariamente se alterará mi trabajo de cronista porque ese lo puedo hacer con energía y sin ella, desde la cama incluso que ni el artilugio de las almohadas necesita porque está convenientemente articulada para sentarme y ponerme a ordenar las palabras que me tocan. Todo está fríamente calculado. Tampoco vayan a creer que quedo como trapeador, lo único es que no puedo correr, levantar pesas o subir al Tepozteco. (El Tepozteco es un cerro empinadísimo que da nombre a Tepoztlán, un pueblo muy bello y peculiar, de fuerte raigambre prehispánica, a sesenta kilómetros de la ciudad de México, en cuya cúspide hay una pirámide.)

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