Hormigas

Dicen que cuando hay hormigas en la casa es porque alguien está sintiendo profunda envidia de lo que en ese casa ocurre, pero yo no puedo pensar que alguien me tenga envidia, no estoy en situación envidiable, digo, más que de ánimo y no sé si los malvados envidiosos suelen sentir esa baja pasión por el ánimo ajeno. El caso es que batallamos con las hormigas. Si descuidadamente dejamos en la cocina sin envolver con esmero o sin meter en un frasco o en una lata bien cerrada algo que contenga azúcar o sea dulce nos llevaremos la desagradable sorpresa de encontrarlo invadido por las pequeñas acarreadoras que insensiblemente se llevan a su casa lo que encuentran. Las veo y salta en mi memoria, lleno de cariño, el “Hermano sol”, de Carlos Pellicer: …Si en la última piedra nos sentamos / verás cómo caminan las hileras / y las hormigas de tu luz raseras / moverán prodigiosos miligramos.

Ya tenemos localizados los puntos de aparición por donde se los llevan, que son los registros de la luz; se meten por ínfimas ranuras bordeando el cableado y ve tú a saber qué laberintos las conducen a qué insondables galerías bajo los cuidados azulejos de la pared impecablemente lisa; allí ocultan mundos en los que miles de seres, así sean tan minúsculos como estos, pueden hacer colonias, divisiones, jerarquías, habitáculos y depósitos de azúcar y misterios, porque nosotros las vemos saquear lo dulce pero son capaces de recoger en el camino proteínas, granitos de sal, calcios, muescas de hierbabuena, potasios, briznas de huevo y harina y todo lo que su abuela les encarga para condimentar los alimentos que su reina, muy escondida en el fondo del nido poniendo huevos sin fin, gusta paladear mientras se aplica.

Tal vez toda la culpa sea de Ramón López Velarde; o más bien, de Juan Manuel de la Rosa, mi compadre, porque en su afán de buscar en donde quiera la belleza, reprodujo el poema Hormigas de Ramón en un políptico portátil de hojas de papel hecho a mano sobre una tela de lino plegadiza, que él dice que es arte para viajar, para poder quitar los cuadros horrorosos de los hoteles y poner algo que valga la pena. Como es muy ligero se puede llevar doblado en la maleta y clavar hasta con alfileres. Y sí, nosotros lo pusimos en la mera entrada de la casa para que las visitas lo disfruten, y todo el mundo lo lee y se admira pero me suena absurdo pensar que la especie al verse aludida se sienta convidada. El poema de López Velarde no es precisamente un panegírico del insecto sino una fúnebre metáfora del deseo en la que los bichitos tienen una función luctuosa. Tal vez estas hormigas que andan en nuestra cocina tengan envidia de las cosas bellas que hay en casa, o a lo mejor provienen de otras fuentes, de unas que no toman en cuenta ni la envidia ni el arte sino algunos enigmas que nosotros, evidentemente, no manejamos.

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