Este estado de conciencia tiene un nombre, pero no me sale. Como el de un soldado en la trinchera mientras amanece y no suenan los tiros pero se sabe que pronto empezarán. Es como el que debe tener un preso el amanecer del día de su sentencia. O de su liberación. Desdramaticemos: como el de los niños la mañana de Navidad o de Reyes. Me estuve haciendo una labor mecánica que no podía parar hasta las cuatro y media y tengo el hábito, adquirido de unos meses para acá, desde que hago esta página diario, de despertarme a más tardar a las siete y media. Y a las siete y media desperté. ¡Reporra, qué ganas de seguir en donde estoy! ¿Y qué pasa si me duermo una horita más? Luego me apuro y ya. ¿Y quién está esperando a una hora determinada la aparición de la bitácora? La labor mecánica que digo fue pasar a utilizable un largo directorio que me mandó un gentil lector para pirateármelo. ¡Y tenía tanto sueño! Total, que el estado de conciencia -¿vigilante?, no, es poco- me dijo: chiquito, son las nueve, ¿qué no te piensas despertar?
Luego, como tengo bula papal y dispensa eclesiástica, me puedo volver a dormir; igual debo estar en la cama reposando para que los líquidos que antier me pusieron actúen con eficacia. Cuatro o cinco días. Así que tampoco es para tanto. Nomás que la lista era de quinientas almas y las tuve que pasar una por una porque venían junto con otros datos y había que entresacar la pura dirección electrónica. Al ratito era una bala para hacerlo, metía ambas manos en la mecánica y pas, pas, una tras otra, pero eso no evitó que a las cuatro y media las manecillas malhoras se acomodaran en un altozano de la mesa de noche a mirarme con sorna. A veces, aunque me levante a tiempo me retraso leyendo algún correo personal o abro las páginas de los periódicos y me entretengo en las noticias, me distraigo comiéndome una gelatina o alguna fruta, y acabo empezando igual, a las nueve o nueve y media. Sí, pero ya bien despierto, ya consciente de lo que estoy haciendo y no en este estado de anonadamiento auroral que me posee.
Y lo peor es que no recuerdo ni una brizna de lo que estaba soñando porque ese, como quiera que sea, es un buen recurso: uno descabalga del escrúpulo pero se embarca en la memoria del sueño y corre a cumplir con su designio; digo, si uno tiene una misión que cumplir, si es que tiene que navegar, que llevar el encargo de una parte a otra, el recado salvador, la carta reveladora, el auxilio a tiempo, aunque le vaya la vida de por medio, cuantimás una levantada mortificante. No se puede recorrer un campo minado con los ojos entrecerrados y la conciencia pachorra. Ah, pero el motivo del desaguisado: agradezco tanto el directorio que cuanto antes voy a utilizar: quinientos más conocerán, desde el próximo envío promocional de este blog, en dónde hay canela fina.