Gaviotas oyendo la guitarra

Uf. Toda la noche soñé cosas relacionadas con el directorio del blog: tenía paquetes de direcciones preparadas con distintos sabores: divertidas, ligeras, rápidas, humorísticas, y acababa por darme cuenta de que era una falsa apreciación mía, que a nadie le llegaban los mensajes especializados sino que había listas ordinarias de correos electrónicos sin ningún encanto y lo que yo creía personalizado no lo estaba. El desengaño era mayúsculo. Ahora ya no tiene gracia pero antes de despertar del todo, cuando estaba haciendo el corte de caja de la noche y tratando de separar las ganancias, me di cuenta de que había sido una noche con pérdidas, que trabajé de balde. Sobre todo porque me equivocaba respecto a cómo recibía Milagros las informaciones que mandaba. Según yo, mis mensajes eran una gracia y un contento, hasta que comprendía yo toda la verdad. No, no había alegría, ni humor, ni nada personalizado: un correo masivo sin chiste, una mortificación que para nada servía.

Si, claro; si no pienso que haya ningún enigma; me quedé preocupado por la disminución de visitantes, y el sueño, que depende directamente de los dioses, de Zeus, en concreto, me manda respuestas en clave para que por la mañana pueda yo vivir con tranquilidad, con la misma al menos con que las gaviotas volaban anoche poco antes de que oscureciera del todo mero enfrente del balcón -cuya puerta habíamos cerrado para encender la luz y que no se metieran los mosquitos-, avisando que el espacio es compartido, que ellas también están y tienen cosas particulares que hacer. Pero aquí aquí volaban, como que se dejaban venir a donde retachaba el aire con la contundencia de la construcción para poder quedarse un instante inmóviles enfrente del vidrio que nos tenía separados, como si quisieran hablar con nosotros, los insensibles de la ventana cerrada.

A lo mejor les daba curiosidad el que Fernando estuviera tocando la guitarra con esa delicadeza con que la estudia, bajito, comedido, apenas presente, como si en lugar de tocar unas cuerdas tensas en un instrumento templado de madera, estuviera tocándose las venas en busca de un sonido íntimo y completamente personal. Son incomprensibles las gaviotas. Quizás tenían la encomienda de hablar conmigo y prevenirme acerca de lo que había de soñar horas más tarde. Tal vez habría podido dormir por fin ocho horas de punta a punta, o siete, al menos, como hace tanto tiempo que no me ocurre. O hubiera sabido por su boca lo que sería la noche y habría podido modificar las hebras entretejidas del destino. Debí salir a hablar con ellas. Debí ser más humilde. Pero ya ven ustedes que uno siempre llega tarde a las cosas trascendentes y luego el arte no es más que la constancia que uno construye para disculpar sus distracciones.

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