Arenillas de Muñó

Salimos de Burgos y llegamos a Arenillas de Muñó, uno de los pueblos que conformaron antaño la heredad de doña Urraca, esposa de Alfonso de Aragón y mujer controvertida por bragada y dueña de sí, y hogaño casa de la familia de la madre de Milagros. Allí, en medio de una ventolera que nos obligaba a cerrar los ojos y nos ponía los pelos como hierbajos mordisqueados por el ganado y luego de haber saludado tíos, tías, primos, sobrinos y uno que otro vecino, al pie del torreón cuadrado y sólido que queda de las antiguas construcciones de muralla y castillo del Siglo XV, donde Urraca se lamentaría en el XI de que Rodrigo Díaz hubiera preferido a la modosita de Jimena, empecé a sentir que me faltaban las fuerzas, que la pila que por las mañanas está con tanta corriente, se me hacía lenta y opaca. Qué poca cosa soy, oía por dentro. Descansar, decía el instructivo interno. Y nos fuimos a buscar hospedaje. Que encontramos en Estépar, a nueve kilómetros, porque ya el cuero no me daba para más correas. Y aquí, en la serenidad del hotelito que encontramos, me puse a pensar en lo que se ha convertido el turismo.

Domesticado. Es la palabra que me sale. Pasamos por Peñaranda de Duero, un pueblo medieval cuya historia está ligada a los Infantes de Lara, una de las gestas heráldicas y poéticas de la construcción de España luego de la ocupación mora. Y la curiosidad natural del que viaja y quiere saber qué hay si se rasca un poco la cáscara de la vida cotidiana se da de narices con todo digerido: aquí está la casa tal, ahí la muralla cual, y allá la botica del Siglo XIII que sigue funcionando comercialmente. Todo para verlo de tal a tal hora, fotografiarlo, escribirlo en tu cuaderno de memorias e irte a otra parte para aprovechar el viaje. A Covarrubias, por ejemplo, la cuna de Fernán González, asiento y principio de la españolidad que tanto reclaman hoy la derecha y la iglesia. Pregunté si podía conseguir el poema, el libro con el poema del antepasado, y no, qué esperanzas, aquí no hay librería, me dijeron en la oficina de turismo. Pero tiendas de souvenirs y curiosidades había montones.

Ahora que ya dormí y los sueños repusieron la carga eléctrica de mi imaginación, nos iremos de nuevo por esos anchos campos de Castilla a ver si encontramos algo que sea nuestro, que no esté previamente preparado para asombrarnos, que no tengamos que pagar para verlo o hacer cola para entrar junto con un montón de turistas. En España es ya difícil que eso ocurra, habría que pensar de nuevo en el término viajero, el que parte por partir y va construyendo su vida con los materiales que se encuentra. Aunque no está nada fácil, y también hay que pensarle porque se necesita muchísima energía.


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