EL ESPEJO TOCADO
Por qué he de hablar yo de cosas tenebrosas;
los inframundos de la conciencia, esos lugares pavorosos
en donde la culpa, la debilidad,
la especulación y el deseo morboso se empozan
y entremezclándose producen un limo pútrido
en el que prosperan simientes pervertidas y ominosas
que habrán de producir seres distintos, imaginarios repugnantes,
entidades pavorosas que poblarán el mundo
de signos contrarios,
de amenazas y aullidos de terror;
por qué he de hablar yo de instancias del alma
que rebasan el límite de la tranquilidad
y ante la fragilidad de la conducta sin amarras y arrojada a la noche
pierden su peso y su apariencia
y vagan pesarosas, lamentosas, en abismos
cuyos fondos más profundos
poseen los desechos morales del muladar del tiempo,
arrastrando como hilachas sucias las quejas de sus flaquezas
y las angustias de sus desperdicios y dispendios
con el estigma del castigo a cuestas;
por qué he de hablar yo de esas horas lentas y húmedas del insomnio
en las que todo lo que en la conciencia está
con su flujo de dudas y la materia pegosteosa de las ansias
comienza a cambiar su dibujo,
los contornos se deslavan y retuercen
y seres horripilantes ocupan el lugar que antes tenían las cosas
conocidas y sabidas,
las lindas cosas claras y buenas
cambian de pronto su ser y nos miran con sus ojillos rojos y opacos
estremecernos de terror
mientras tratamos de escamotearnos a su influjo viscoso
bajo las sábanas sudorosas, atenazantes, inevitables;
por qué he de hablar yo del temblor de la carne
que intuye el cepo astutamente oculto del cazador innombrable
del que sabemos que no hay poder humano que nos ayude a evitarlo
y en el que indefectiblemente habremos de caer
y entonces las magulladuras y laceraciones de la carne desgarrada
apenas serán mínima dolencia frente al inminente ataque espiritual
de ese ser asqueroso que va poniendo trampas
a las que no podemos sustraernos quienes nos atrevemos,
curiosos impertinentes,
a asomarnos a tales simas en las que habremos de caer
por el peso brutal de nuestra propia mirada;
por qué he de hablar yo de la maceración lenta y ruinosa
que va corrompiendo poco a poco la carne
cuando su aviesa componente, el alma, se desvía
de su curso ordinario y diurno y en un ciclo maldito
en que se afilia a cenáculos infames que han quebrantado
leyes y ordenamientos naturales
comienza a gustar del dolor de otros,
del martirio ajeno,
del desuello, la mutilación, el descoyuntamiento,
y el desgarrador lamento no atañe a sus entrañas
y el comercio repugnante de los fluidos vitales
le resulta apetecible y grato;
por qué he de hablar yo, me pregunto una y otra vez,
mientras enfrento a mi propia cara en un espejo tocado
que tiene la virtud de darle a mi apariencia
las características del rostro en el que estoy pensando,
por qué he de hablar yo, me digo, de esas desviaciones lúgubres
de los buenos sentimientos y las buenas acciones
que acaban enrutadas en caminos que no existen
y que las llevan a vértigos implacables de torturas sin fin
entre las que no es la peor la pérdida irremisible de la propia identidad
y la aparición de rasgos crueles, malévolos,
identificados con escoriaciones, cicatrices a medias descompuestas
y ciertas granulaciones purulentas que ocupan los espacios de la piel,
de los ojos, de los orificios nasales,
de la pobre boca que se curva en gesto de pavor;
por qué hablar de semejantes horribles confabulaciones
de lo grotesco
si me estoy ahora viendo precisamente en el tocado espejo
y me han advertido
que hay un cierto rango en la imaginación
cuando penetra y rasga las frágiles telillas de la realidad
del que nadie, ni el más astuto ni el más huidizo
ha podido escapar en la ya larga,
larga lista de los siglos…
Escúchalo: [audio:http://www.alejandroaura.net/vozpoemas/Jubilo/L1996AAura82elespejotocado.mp3]