Día de hospital

Hace dos años que empezaron a atenderme y no sólo no me he quejado nunca de nada sino que montones de veces he dicho públicamente que el tratamiento que me dan es excelente, que las atenciones que recibo son de primera y que estoy profundamente agradecido con todas las personas que tienen que ver con mi enfermedad, y con el estado español por la seriedad con que están cumplidas las necesidades de la seguridad social; nunca han faltado los medicamentos que el oncólogo decide que me pongan, y ha cambiado al menos cinco veces de fármacos por distintas razones, ni ha habido carencia de instrumental ni ha sido insuficiente o impreparado el personal, tanto en el Hospital de Día, donde me atienden regularmente, como en el área de internamiento y quirófanos, donde estuve al principio; otra cosa es que unos sean más simpáticos que otros o que la amabilidad escurra por las baldosas, porque eso no va con el carácter de los españoles, pero en general nos caemos de bien a muy bien todas las personas con quienes he tratado ahí y yo.

Lo que he gastado de mi bolsillo es lo que he pagado de taxis y eso es por un mimo excesivo que me prodigo a mí mismo porque podría ir en autobús o en metro pero como no hay ninguna línea directa cercana a mi casa y necesariamente tendría que hacer transbordos -ahora estoy fantástico pero me he visto algunas veces débil, adolorido, fatigado o con dificultades de movimiento-, establecí que el modo de llegar al Hospital de la Princesa tenía que ser en taxi, qué chistosito, ¿verdad?; lo he pensado siempre como un sacrificio ínfimo del que resulto beneficiado directo, como una libación necesaria a los dioses, el derramar las primicias de la copa sobre la absorbente tierra para dar las gracias, aunque soy consciente de que los dioses nada tienen que ver con el estado de bienestar que se han procurado los países europeos; si sumáramos lo que he gastado en transporte y lo comparáramos con lo que me habría costado el tratamiento en México, estoy seguro de que no llegaría al uno por ciento.

Pero ayer sí fue un poco incómodo: dos horas y media de antesala porque el responsable de dar las citas me la dio a las doce por un exceso de protección y el doctor, que dedica a cada uno de sus pacientes todo el tiempo necesario, me recibió a las dos y media; por fortuna llevaba la Odisea, pero hasta Homero estaba ya incómodo de ser leído entre las malas butacas, el runrún de la sala de espera y la luz de neón. En fin, quedamos en que me pondrá otro arponazo el próximo lunes, el sexto de esta serie, porque el fármaco ha dado buen resultado y la gammagrafía que me hicieron hace poco muestra al menos que el mal no ha avanzado y otro tanto vio en el tac (o la tac, porque es una tomografía) aunque faltó la opinión del intérprete, seguramente porque es agosto, pero estará profesionalmente interpretada la próxima semana. O sea, sexta y última de esta serie y luego descansaré de medicamentos unos meses mientras el cuerpo se recupera de la batalla contra los medicamentos que batallan contra la enfermedad, qué laberinto.


Escúchalo:
[audio:http://www.alejandroaura.net/voztextos/20070821auradiadehospital.mp3]

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