El espejo borrado

Katábasis. Hay que irse aprendiendo la palabrita, que significa descenso a los infiernos. Pero no vayan ustedes a pensar que se trata de bajar al infierno a la manera de Dante: un averno espeluznante en donde a las almas les ocurren los más sanguinarios episodios de crueldad y vileza que se pueden concebir para alguien que habrá de padecerlos por toda la eternidad; inteligencias muy enfermas, perversas, malvadas, muy ambiciosas del poder terrenal tuvieron que haber creado semejante imaginación que pone los pelos de punta. El Alligieri bordó en una obra maestra lo que durante siglos habían ido construyendo y poniendo en práctica las infames cúpulas intelectuales –si se les puede llamar así- del cristianismo. No, me estoy refiriendo a otro descenso a los infiernos, la katábasis griega, la que heredó de Grecia el cristianismo de los primeros días, la que describe Homero cuando Circe manda a Odiseo a entrevistarse con el alma del adivino Tiresias que ya reposa en el Hades, en el lugar a donde van todas las almas de los muertos, para preguntarle si volverá a Ítaca, si volverá a ver a los suyos, y todo lo que le inquieta y nos servirá a los que estamos escuchando, o leyendo en nuestro caso -porque ahora quién nos recitaría la Odisea-, para activar el interés que nos lleve hasta el final de la historia y no quedarnos con la sucesión de desgracias que les ocurren al héroe y a todos sus compañeros.

La palabra no debiera ser infierno –que el papa anterior ya había clausurado y el actual le volvió a dar licencia de funcionamiento- porque está teñida de lo más maligno y morboso que pueda crear la imaginación, ni descenso, porque el descenso está marcado por la degradación por oposición al ascenso, sino otra cosa más cercana a la desaparición; en vez de infierno, el más allá debiera llamarse espejo borrado -o tal vez espejo a tierra-. Sí, katábasis quiere decir pasar al espejo borrado. Pues resulta que allí Odiseo, en efecto, se entrevista con el alma de Tiresias, y el ciego lo pone al corriente sobre todo lo que quiere saber. Pero lo más chistoso es cómo hace para ahuyentar a las almas que se le dejan venir, incluida la de su mamá y las de montones de matronas que perdieron a sus maridos y a sus hijos en Troya y las de muchos otros héroes que andan por ahí, por el espejo borrado, sin sufrir ni gozar, allí, en donde se va diluyendo, poco a poco, la memoria.

El rito consiste en hacer a las puertas del Espejo Borrado un hoyo en la tierra y verter en él sangre de un carnero negro recién sacrificado; las almas vienen a querérsela beber porque están acostumbradas a esas ofrendas y de eso se mantienen mientras alguien se acuerde de ellas y les haga sacrificios, pero para evitar que se agandallen la sangre los primeros que llegan y poder esperar a Tiresias, tiene que poner la espada atravesada sobre el hoyo con la sangre. Digo que es chistoso porque las almas qué miedo pueden ya sentir por una espada, ni modo que las vuelvan a matar, y menos a su mamá. Pero bueno, tengo el buche repleto de chismes que contar y de cosas que se me habían ocurrido pero no me alcanza la página porque esto sólo es una bitácora y no un libro de aproximaciones. Nomás era para decirles que se aprendan la palabra katábasis, que Homero está en contra de la idea que tanto priva acerca de lo que puede pasar después de la muerte. Y que lean la Odisea, que está buenísima. O bueno, que la lean otra vez, ha mejorado mucho.


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[audio:http://www.alejandroaura.net/voztextos/20070827auraespejoborrado.mp3]

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