Pan tumaca y hot dog

Pues claro, Perseida, tienes toda la razón, un buen pan tumaca puede poner la marca de la exquisitez en la memoria y por muy elaborada que sea una torta, o lo que te pongan enfrente, alzarse con el listón del triunfo en la galería de tus evocaciones gastronómicas; pues sí, eso es el gusto, y el de cada uno está formado por minucias que ni haciendo todo el esfuerzo posible podríamos acabar de explicar. Tal es la condición humana, por fortuna. La verdad es que cuando lo dijiste –o bueno, cuando lo leí- se me hizo agua la boca; me acordé de mi amigo José Sanchis untando un pan rebanado, en alguna Navidad en mi casa en México, con un diente de ajo primero y luego con un tomate crudo partido y presionado por las yemas de los dedos para que suelte sus secretos sobre el migajón, y luego un chorro de aceite y sal: este es pa amb tumàquet, tomad y gozad, porque es la carne de la unión de las culturas: el trigo, del Cercano Oriente, las olivas del Mediterráneo y el tomate de América. Y no por eso pero nos encantó.

Pudo haber sido en el 90 o 91, cuando hicimos El retablo de Eldorado, que él mismo dirigió; José. Venía yo de Guadalajara y en el aeropuerto tuve un desliz: vi los hot dogs en una barra y se me ocurrió que podría comerme uno; en ese momento se me acercó Nacho Solares, que venía también de la FIL y tomaría el mismo avión; me tardé en confesarle mi vulgar deseo y él, condescendiente y generoso me dijo que lo compartía, que él también se acercaba a esa barra a buscar un perrito caliente. Nos da dos, dije sonriendo aliviado. No, pues orita está apagada la máquina. Chin. Pues, nada, vamos a otro puesto. Dos hot dogs, por favor. En unos veinte minutos, porque es cambio de turno, nos contestaron. Otra. No, no está el muchacho. A ver si allá. No, fíjese que se descompuso y desde hace rato no da vueltas; al ratito. Pasajeros del vuelo a México favor de abordar por la puerta número… Y se me quedó el trauma. Nacho fue al teatro esa tarde a ver la obra y al final me dijo que no me preocupara, que ya había él satisfecho nuestra apetencia y se había comido dos o tres.

Quizás podría yo contar con los dedos las veces que en mi vida he comido hot dogs. Desde que vivo en Madrid, una. Y no fue nada satisfactorio: le hacen un hoyo al pan, le escurren dentro un poco de mostaza y salsa catsup y le meten a medias una salchicha que queda obscenamente con la mitad de fuera. Es de lo que se trata, por eso su nombre. Y así es España. En México suelen venderlos en unos carritos callejeros adaptados especialmente con horno de gas y vaporera. Abren el pan sin separar las partes, le untan con profusión mostaza y catsup, sacan la salchicha cocida al vapor y la fríen, si quieres, envuelta en una tira de tocino (bacon), la ponen entre las dos valvas del pan, le agregan una suerte de pico de gallo hecha con chile jalapeño en escabeche y cebolla finamente picada y encima le ponen, según tu apetito, o tu descuido, mayonesa o crema (nata). Y el ingenio integrador no acaba nunca porque hay quien pone col o lechuga y quien espolvorea con queso desmenuzado y…

Pero esta evocación salió del comentario de Perseida. Me habría gustado hablar de las razones afectivas del gusto, o de su relación con el temperamento erótico, pero creo que me fui por otro lado, ni modo.


Escúchalo:
[audio:http://www.alejandroaura.net/voztextos/20070901aurapantumacayhotdog.mp3]

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