Domingo y Musas

Hace un mes que nos encontramos con la desagradable sorpresa de que nuestro espacio en internet, el blog anterior a éste, había sido ocupado por unos fulanos desconocidos que se metieron como asaltantes de casas, lo alteraron todo y pusieron unas consignas sin sentido. Ya pasó y ni quien se acuerde. Aunque ahí siguen, ocupando la casa. Hemos hecho las cosas que se hacen para que la justicia intervenga y esperaremos sus resoluciones. Todos los valores (o sea, todo lo que llevaba escrito) los teníamos bajo resguardo, así que no perdimos más que el espacio. Lo que quería decirles es que en el mes que ha pasado, gracias al escándalo que se armó por la invasión y a que lo divulgaron unos amigos en sus columnas de la Jornada, en México, y muchos colegas blogueros en sus páginas, en el mundo, han entrado un titipuchal de visitantes curiosos del acontecimiento. En cinco meses de estarle dando diario a la maquinita, nos habían acompañado trece mil setecientas visitas; en un mes de chisme y cotilleo se han vuelto a juntar trece mil setecientos. Qué curioso. No todo el mundo está atento a todo, no se puede, pero cuando algo se altera aparecen montones de interesados en que se restablezca el orden. Hay un capital de atención guardado en la sociedad que se invierte cuando aparecen focos rojos. Y luego las aguas bajan y los contornos recobran su forma.

Así que con esta satisfacción me levanto en domingo. Es verano, aunque ya es septiembre. Voy a pelar una piña que ha estado madurando en el frutero desde hace tres o cuatro días, ayer compré uno de esos melones que son el agua más dulce para empezar a vivir luego de la desaparición de cada noche, tengo uvas moscatel con las que se habla en susurros tocándose los labios y unas peritas llenas de delicadezas líquidas de azúcar; una rebanada de papaya y un plátano, y la vida será frutal, como se debe.

Anoche estaba yo distraído y cerca de mi vi pasar a Hesíodo. ¡Epa!, ¿no es usted el poeta?, le dije; pero no me contestó, aunque abrió una página mirándome con mucha sorna y me enseñó algo de lo que traía: un desfile de muchachas de lo más bonitas que uno pudiera imaginarse. Todas con apariencia de verano, todas inmarcesibles y espigadas. Se acomodó con un cojín a mi lado, confianzudo, y comenzó a describirlas. Estas son las hijas de Zeus, me dijo, las tuvo con Mnemosine, la memoria, y una vez, ya hace mucho, que andaba yo cuidando unos rebaños por el monte, se me aparecieron las nueve un poco desmelenadas y me dieron la encomienda de cantar. Yo era chiquillo y lo asumí como si nada. Si no tienes otra cosa que hacer -me dijo, pero yo creo que medio burlándose de mi desconcierto y de la hora que era-, vente conmigo, voy a pedirles a las Musas que bailen para ti. Hoy ya es domingo.


Escúchalo:
[audio:http://www.alejandroaura.net/voztextos/20070902auradomingoymusas.mp3]

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