Cebiche fusión

Pero cómo creen que voy a dejar de escribir, almamías, si es lo que más me gusta; ni aunque tuviera arrebatos de culpogenia religiosa que me orillaran al autosacrificio, y por fortuna no los tengo. Ya me veo como un eremita que consagra su silencio a su creador para gozar de su perdón y con él de las delicias de la vida eterna. Para mí la única eternidad es ésta, la del acto de creación y el encuentro de la obra con sus destinatarios. Fue nomás una reflexión y un regaño que me hice porque amanecí de malas y pensé, como pienso tantas veces, que estaba desaprovechando el espacio, que fatigo la atención de quienes me siguen con puras babosadas, que si fuera más exigente conmigo mismo podría elevar el nivel del diario y que nos fuéramos juntos, ustedes y yo, a estadios más altos de comprensión y disfrute. Qué me cuesta esforzarme en la búsqueda de estructuras, me digo con voz severa, que no sean el sota, caballo y rey que ordinariamente uso, con lo que aportaría al instante de la lectura un granito de arena para ampliar la visión del mundo de quienes me acompañan; o en el enriquecimiento del lenguaje que no sea nada más evitar la repetición de vocablos en una correcta redacción que simula buena prosa. Si no crean que no me doy cuenta, conozco mis debilidades.

Y en esto estaba yo ayer, muy conmovido por los comentarios de quienes creyeron que pensaba tirar la toalla, cuando dio la hora de preparar la comida, que me tocaba a mí porque Milagros estaba haciendo otra cosa y yo había dicho que algo se me ocurriría con ese trozo de salmón. A la hora que lo volteé para quitarle la piel, le hice un corte oblicuo y le saqué una tajadita delgada; ahí se me iluminó cortarlo como sashimi. Por cierto que en los restoranes japoneses en España no he encontrado corte fino, sólo el grueso. Fui acomodando en un platón las laminitas hasta que lo llené. Pensé en una fusión. Mi alma práctica encendió el letrero que decía cebiche. Partí uno de esos limones grandes, amarillos y no tan agrios que se usan acá y se lo exprimí tratando de que se distribuyera bien por todo el plato, le agregué un poco de sal y lo metí al refri. Al rato, cuando maduró la hora y ya había puesto a hervir el agua para cocer unos tortellini rellenos con carne de ternera, saqué el platón y vi los matices que había hecho el ácido en el color salmón de aquel salmón.

Cebolla picada, cilantro, un chilito serrano reducido a ínfimas partículas con el filo canalla del cuchillo y un arrebato: partí una mandarina y le exprimí encima la mitad. Aquello maceró ya servido en la mesa porque mientras serví los tortellini; como éramos dos a la mesa, mita y mita. Tenía en un frasquito ajo con aceite de oliva y perejil y se lo echamos, le espolvoreamos un sustituto de queso parmesano rallado y nos lo comimos. Ay, qué bueno estaba. Pero cuando cogimos los palillos orientales para el sashimi-cebiche, algo en mi idea del mundo me dio la clave de que faltaba un elemento para la fusión: el mediterráneo, expresé en una sacudida, y le vertí encima unos chorros de aceite de oliva. Si quisiera hacerme rico abriría un restorán con este platillo como estrella. Pero qué va; yo ya sólo pido que me dejen escribir en mi blog todos los días. Que me dejen los demás y mi conciencia.


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[audio:http://www.alejandroaura.net/voztextos/20070909auracebichefusion.mp3]

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