De uniforme

Siempre he tenido un rechazo espontáneo por los uniformes. No que no respete a los uniformados; a veces sí y a veces no, depende; eso es otra cosa. Pero los vestuarios diseñados para hacer desaparecer lo que es individual y marcar la pertenencia del miembro del rebaño a un mismo dueño, ya sea la patria o la empresa o el equipo o la religión, me dan rasquiña. No me acuerdo si de niño tenía la misma idea porque ya ven que los niños se ilusionan mucho con esos vestuarios y suelen tener y manifestar el deseo de uniformarse; lo que sí recuerdo, por ejemplo, es que mi hijo Juan a los nueve años, necesitaba tener un uniforme de un equipo de futbol, costara lo que costara, aunque eso en su momento lo achaqué pura y cabalmente a los efectos de la desmedida promoción de los equipos, al endiosamiento que la mercadotecnia hace de los jugadores para tener en sus devotos seguidores un mercado cautivo. Pero ahora que recuerdo Juan quería el uniforme de uno de los jugadores, con su número, no cualquier uniforme del equipo, ni mucho menos cualquier uniforme de futbolista. O sea que quería un uniforme para diferenciarse y no para parecerse a los demás, qué curioso.

Claro, supongo que en las jerarquías religiosas debe ser lo mismo: sotana negra y alzacuello lo llevan miles y miles de curas, pero sotanas de color morado o púrpura sólo las llevan los obispos y los cardenales y nada más hay uno que la lleva distinta de todos los demás; aunque sea el uniforme de la profesión bien diferenciado queda el que lleva la sotana única. Y algo semejante pasa con los militares: no es lo mismo el uniforme talla 36 a 42 que hacen por millares en grandes fábricas con tela sintética que el uniforme hecho a la medida del general, con una tela del mismo color, más o menos, pero de otro material y otro tejido y con el agregado de los adornitos dorados y esmaltados por doquier. Se nota a leguas, aunque vayan todos uniformados, quién es el que manda. Y allí también el uniforme uniforma a unos, a la mayoría, pero destaca a los escogidos y sobre todos al mandamás, que es el que va menos uniforme que los demás aunque lleve una imitación del vestido reglamentario común.

Esto vino a cuento porque últimamente me visto con uniforme, que es una manera de llamar a un pantalón y una camisa vaqueras, de mezclilla azul (ver mezclilla en el glosario); salgo poco de casa y tengo dos pantalones y dos camisas iguales que compré el año pasado en San Luis Potosí, a muy buen precio, y con la certeza de que son prendas de larga duración y resistencia, como que originalmente, antes de que se volvieran el uniforme social de la modernidad, eran la ropa de los obreros. Se pueden comprar pantalones y camisas de mezclilla en las tiendas caras de diseño, y se nota, se les ve la clase; como a mi uniforme, sólo que a mí no me importa que se vea que lo compré en el mercado. Alterno los dos juegos, camisa y pantalón que me pongo tres o cuatro días, con el otro juego que es idéntico, así que si me ven pasar siempre con la misma ropa ya quedan advertidos de que sí hay espacio para lavarla porque tengo dos.


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[audio:http://www.alejandroaura.net/voztextos/20070916auradeuniforme.mp3]

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