Después del viaje

No fue tan fácil. Eneas venía más que agotado con el viaje y las vicisitudes del camino: Juno (a la que antes conocíamos como Hera) les quería estorbar su navegación a como diera lugar y convenció a Júpiter (que antes le decíamos Zeus) para que les mandara rayos y tempestades y cuando por fin llegaron, Venus (que antes le decíamos Afrodita), madre de Eneas, se le apareció disfrazada de cazadora con una tuniquita que apenas le llegaba a las rodillas y lo mandó a Cartago, pero cuando se dio la vuelta para irse dejó caer el peplo y se fue caminando como una diosa: ah, pero si eres tú, mamá, comprendió Eneas, cómo no te me identificaste y me dejaste que te agarrara la manita al menos. Allí es donde debió empezar el complejo de Edipo y no en Tebas. Pero además la diosa urdió hacer que Dido, la reina de Cartago, se enamorara de su hijo y con mucha truculencia lo hizo entrar en la ciudad envuelto en una nube para que nadie lo viera hasta que estuvo seguro.

Entonces la reina le pidió que le contara por qué venían de camino y qué había pasado en Troya y todo lo que Homero dejó pendiente de contar. El pobre Eneas, con el jet lag del largo viaje, no tuvo más remedio que ponerse a enhebrar cómo fue que los aqueos idearon lo del caballo y lo de la falsa retirada y cómo discutieron los troyanos si lo metían o no lo metían a la ciudad y cuando por fin lo hicieron cómo cuando ya estaban dormidos y bebidos festejando el fin de la guerra, salieron los malditos atacantes de la panza del maderoso equino, abrieron las puertas y dejaron entrar a los demás que cautelosamente se habían regresado y pasaron a todos a cuchillo e incendiaron la ciudad. El fin de Troya. Un horror. El pobre Eneas no podía dejar de contar a pesar de que estaba cansado y tenía fiebre a causa de algún virus maligno que pescó por ahí, porque Dido estaba embelesada. En el banquete nomás picoteaba porque con la calentura perdió el apetito. Le tuvo que narrar cómo convenció a su padre Anquises de que abandonaran la ciudad y se llevaran sus penates para fundar otra patria en otra parte porque así se lo aconsejó Héctor, que se le apareció como fantasma. Agarró pues a su hijo y a su padre mientras que su mujer Areúsa los seguía convenientemente atrás hasta que se les perdió.

Tales eran los acontecimientos que ayer me tenían en vilo. No tenía yo cuerda para nada, ni alegría ni entusiasmo, sólo quería que me dejaran descansar, que supieran aguardar hasta que se me pasaran los efectos del cambio de altura, de la monstruosa transformación de la hora, del desajuste en la maquinaria interior que se produce con la violencia de un traslado tan inhumano, pero Virgilio, con su enorme poder me tenía atrapado. Ya no sabía yo si era Eneas el del jet lag y la fiebre y el cansancio y los malestares del cuerpo, o era yo. El caso es que recuperé el horario, dormí toda la noche y estoy listo para seguirle contando a Dido todas mis aventuras.

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