Eché las cabras al monte a que engordaran y yo, pastor confiado, me tiré a dormir bajo la sombra de los sauces que agitaban sus leves ramas sobre mí creando un fresco ambiente de delicia. Cuando hube descansado suficiente y hecho acopio de sueños que saturaron mi morral con fantasías de toda laya abrí los ojos al día y ya el sol estaba tirando rayos oblicuos sobre su propio camino para construir la escala en abanico por la que habría de recorrer la música correspondiente a su jornada.
Ir, me dije, ir a buscar mi ganado es lo que toca. Subir los cerros tendidos como cuerpos en reposo que toda la noche batallaron en lances de amor y entrar en sus recovecos a buscar lo mío, que debe estar por ahí aunque cueste algún trabajo recogerlo. Alguna merma habrá, algún hermano lobo habrá necesitado de sustento, un pastor pobre habrá engrosado su manada y un desprevenido habrá cenado de lo ajeno sin recatarse. No le hace, mis cabras son astutas y conocen la voz del amo y la mano que las lleva guiadas por valles y cañadas; habré de hallarlas.
A cada una la fui encontrando con el peso aumentado, con los recentales jubilosos, con el balar más alto y con el gusto de ver de nuevo a su pastor confiado recorriendo el monte y repitiendo los cantos que el ganado conoce y a cuyo sonido familiar ha medrado contento ramoneando las mejores gramas y los pastos más verdes y sabrosos. Vi a bulto y no quise contar el menudeo por no ofender a las faltantes ni amargar mi profesión con mezquindades. Son las que son, dije tocando sus cabezas humildes y acariciando sus lomos fraternos; entonces me senté en una piedra conocida y toqué el caramillo para alegrarnos todos.
Con esta construcción en la cabeza amanecí hoy después de haber dormido toda la noche como un inocente sin pecado original (esa marca inhumana que quiere hacernos renegar de haber nacido). ¿Pues qué serán las cabras de mi cuento? ¿Por qué me desperté pensando en eso? Pero como no me especializo en evitar lances de imaginación ni de escritura, me lancé a averiguar por dónde iba la cosa. Puse palabra por palabra el material que me rondaba como abejas sedientas y dejé que sucediera lo que tuviera que ocurrir, así fuera banal y sin sentido.
Me encontré con mi casa y con mi barrio, oí los ruidos que conozco de tanto construir con ellos música en los recuerdos, vi los colores apetecidos por la memoria y todos los sentidos se complacieron en un mullido nido de evocaciones. Todo eso, conste, a pesar de que me ha faltado vigor para emprender los pasos que quisiera; la altura de la ciudad no me reconoce todavía ni me da el aire que necesito para disfrutar con plenitud. No le hace, poco a poco iré encontrando las cabras que me faltan.