Indianilla rediviva

El puerto de arribo de los navegantes de la noche era Indianilla; yo ya quería ser grande para irme a bajar la borrachera a los caldos de Indianilla. No sé qué caldos eran, supongo que de pollo, y me imagino que la gracia sería que habría un plato con chiles serranos o habaneros picados para que le pusieras a tu caldo tanto como tu conciencia te indicara de culpa. Ni idea tengo. Pero cuando vine a estar en edad para medirme con esa historia ya Indianilla eran galpones en los que se estaban instalando dependencias del gobierno de la ciudad y no había caldos ni chile ni borrachos de madrugada. Iban allá los tranvías de fierro, madera y ruido a cargar su fuerza motriz en las gigantescas turbinas de la estación Indianilla, que están ahí, como dinosaurios escogidos por el azar para no desaparecer en la vorágine del tiempo. Todo está renovado y magnífico. Unas turbinas colosales. Hoy es un centro cultural en un barrio de la ciudad en el que parecía que la belleza estaba proscrita.

Llegas y lo primero que te encuentras son unas esculturas de Leonora Carrington en la calle, que si te dejas llevar te llevan a un mundo en el que los monstruos no son sino parte de la naturaleza, una naturaleza más acogedora e inclusiva que nuestros prejuicios. Están ahí como pregón para que te animes a entrar porque la obra grande, sorpresiva y conmovedora de Leonora está dentro, en una gran sala reconstruida –todo está reconstruido, y con qué largueza- en donde se exhiben con el espacio suficiente para que las veas una por una en un gran salón que es foro de usos múltiples, equipado con luces escénicas y equipos profesionales de sonido pendientes de las parrilas metálicas. Un espacio de paredes más que vigorosas salvado al tiempo por la acción emprendedora de Isaac Masri.

Vimos varias exposiciones temporales: una de cuadros con collages de El Fisgón que abordan temas muy inquietantes para la moral pública. Luego, una exposición de los diseños de portadas que ha hecho a lo largo de su vida el poeta Alberto Blanco y que hay que apreciar con gran detenimiento porque es la bitácora de sus lecturas y su visión del mundo. Había también una exposición de fotografías de Patricia Lagarde que reproducen con elegante ironía los mundos de opresión del señor K.

Y luego lo que es la exposición permanente del lugar: Juguete Arte Objeto, la provocación que Masri hizo durante años a los artistas del país para que inventaran juguetes; puesta con un novedoso tino museográfico entre los basamentos colosales de piedra del edificio restaurados y embellecidos. En el laberinto de pasillos estrechos que se hicieron para el paso de un cuarto de máquinas a otro, están diseñadas las calles de diversos artistas en las que uno camina sobre cristales gruesos teniendo abajo el universo creativo de los juguetes, y otros están puestos en nichos inventados a partir de los accidentes de la construcción. Los juguetes son las empresas, grandes y pequeñas, con que los niños manejan el mundo; conservan y reproducen el mayor capital con que contamos: la inocencia. Y allí están.

Estación Indianilla, Centro Cultural; los que viven en la ciudad de México tienen que ir a verlo, y los que no, también.

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