Tos

La modalidad ahora es la tos. Me acuesto de lado y comienzo a toser; me volteo pensando que del otro lado no se me oprime el pulmón, y toso. Una tos seca y sin gracia, antipática como un tío que se hace notar al llegar de visita pero no trae nada de regalo, como un invitado inoportuno. Estoy hablando y el aire en vez de salirme con palabras me sale con toses. Está bien: entre la pleura y el tubo por el que entra el aire que respiro hay un estorbo, un crecimiento anormal de algo, un tumor que incomoda y me produce lo que el médico calificó como tos irritativa. Ande usted, sea lo que sea, llámela como quiera, pero cómo jode. Se repite, se repite, crece, aumenta, hasta que se convierte en arcada y entonces me deja descansar un breve plazo. No me duele la garganta, no me escurre la nariz, no es infección, no estoy mormado ni afónico, no me sirve de nada tomar agua ni comer miel; los efectos de los paliativos no llegan tan adentro; es una tos mecánica sin personalidad, sin compromiso con las vías respiratorias, sin esperanza.

Ya la había tenido desde antes del diagnóstico fatal, digamos que fue una señal, aunque yo no la haya sabido interpretar; no en Madrid sino apenas llegué a México. Cajum, cajum; a tose y tose. Luego, de regreso a Madrid, disminuyó notablemente, aunque se hace presente cuando he tomado algunas copas y no paro de hablar. Cajum, cajum. Una incomodidad grandísima porque acaba doliéndome el tórax de tantos espasmos musculares. Aunque ahora estoy en abstinencia completa pues cualquier copa me destroza el castillo de naipes del vigor que voy haciendo con gran esfuerzo durante el día, me duelen las piernas, me duele la espalda, me duele la cintura y me fatigo de dar unos cuantos pasos o de subir unos cuantos escalones; de modo que: ley seca. Bueno, una cerveza me tomé para bajar la tlayuda, no soy doble A, pero mientras los demás tomaban mezcal y se reían contentos, a mí se me hacía agua la boca y se me iban los ojitos, y tosía.

No la traje de Madrid. A la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas llegué respirando con natural soltura y ritmo. Fue aquí, al bajar en el Benito Juárez que comenzó el calvario. Primero noté la fatiga, que me atosiga más porque disminuye la perspectiva de mis paseos y diversiones posibles; pero luego, cuando la tos se hizo presente comprendí que la altura sobre el nivel del mar atacaba de nuevo. Pero lo incómodo es que ahora estoy en Oaxaca, que es mucho más baja y no sólo no se me quita sino que hoy ha estado especialmente enfadosa. Ahora mismo, mientras escribo esta expectorante crónica, como si supiera que estoy hablando de ella, no para de afrentarme con su recurrente impulso. Cajum, cajum. Tal vez lo mejor sería decirle, ándale sí, sacúdeme todo lo que quieras, al cabo me gusta zangolotearme. Y dejar que poco a poco se distraiga y se quede por ahí, papando moscas.

Estoy seguro de que después de desayunar, cuando tomemos la antedicha y malhadada autopista para regresar a casa, habrá tantas otras cosas en qué entretenerse que la tos se irá por donde vino. Hasta que sienta que puede molestarme, porque ya la conozco.

Entradas creadas 980

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba