Tamal de sapo. O busquemos otro símil: perro hinchado en la carretera. Embutido. Salchichón suelto y mal amarrado. Todo debe haber empezado en el avión; me dormí sentado un buen rato y la presurización, o la altura, o algún fenómeno de esos que son incomprensibles para la mayoría. Llegamos y los amigos que nos hospedan nos trajeron en coche a casa. Comimos –sentados, por supuesto- y nos fuimos en coche a dar una vuelta por la ciudad, sobre todo para que Milagros se hiciera una idea de dónde estamos porque yo he venido otras veces. Llovía y las olas aventaban confeti cristalino al Malecón. Y así y todo había gente pescando; seguramente los peces, confundidos de especie, piensan que con la borrasca podrán salir ganando. Aunque el dicho aluda al río y no al mar, los peces qué van a andar diferenciando. Ándale, como peces globo. Regresamos a casa y nos pusimos a leer un rato, sentados, claro.
La cena fue el propíleo del templo de una profunda conversación. ¿Te gusta unas tres horas? Yo creo que mientras platicábamos nos hizo la digestión y hubiéramos podido volver a cenar. Como ese cuadro de Remedios Varo que van metiendo estrellas en un molinillo de carne y sale el picadillo listo. Ya ves que cuando se suelta la cadena de los recuerdos vas ilando unos con otros y no acabas nunca; cada uno se acuerda de algo y entre los cuatro volvemos a poner en orden el universo, ahí sentados. La verdad es que yo me estaba sintiendo incómodo, con ganas de levantarme a estirar las piernas. Así que cuando nos metimos en nuestra habitación y me quité los zapatos vi el desaguisado: hinchados los tobillos hasta desaparecer las formas y los huesitos; los pies menos, porque se ve que este calzado de tela que traigo, una especie de alpargatas de un tejido grueso, como de lino y con la plantilla de esparto, sin correas, contuvo la inflamación que se dio a partir de donde la carne estaba suelta. Por eso es que me acordé de los embutidos.
Y esto sí es novedad. No digo que no se me hubieran hinchado los pies; sí me ha sucedido últimamente. En algún momento lo atribuí al mezcal. Esto ha de ser por culpa tuya, le dije un día a la botella mirándola con severidad. Pero qué esperanzas, levanté falso testimonio, porque ahora ni siquiera una cerveza o una copa de vino, nada, ¿y qué alegría puede invocarse así? ¿O será la cortisona? Pero ya hace como un mes que dejé de tomarla. No sé cuánto tiempo puedan durar sus perniciosos efectos. Ni cuánto será necesario haber tomado para estar sujeto a su incomprensible mandato. Los pies en la pared, en alto, un rato, hasta que cosquillean y luego resignarse. Durante la noche, con la posición horizontal y algunos sueños propicios supuse que lo inflamado desaparecería y mis pies volverían a tener sus formas ejemplares. Pero no; no están como anoche pero tampoco los tomaría como modelo para fotografiar. ¡Maldición! Con esto no contaba.