La mano

Aunque esté dormida tomo su mano como quien se detiene en el estribo de un vehículo en movimiento; siento que así vamos los dos más seguros, protegidos de sacudimientos y reparos; la noche parece quieta pero estoy seguro de que va a velocidad de vértigo; más vale tener un punto de apoyo. A veces se despierta y con un ligero apretón me da a entender que está consciente de lo que hago, y de acuerdo; yo entonces, en ese lenguaje de paz de los dormidos, deslizo la palma de mi mano por la confiada superficie de su cuerpo con la loca pretensión de un scáner que pasara leyendo el código de barras de sus sueños antes de regresar al punto de partida; no lo consigo nunca, claro, ni podré conseguirlo aunque vayamos juntos; no obstante, persisto en tomar su mano con la esperanza, ilusa si se quiere, de que nos encontremos en alguna esquina del tobogán violento y ella pueda ayudarme a permanecer estable en cualquier trance del riesgo.

A veces, la luz que se cuela por las juntas de los postigos o por la orilla líquida de las cortinas, según en donde estemos -aunque la noche es igual de peligrosa en todas partes-, me indica que estamos ya navegando sobre la balsa del día que suele ser de agua serena y tranquila; yo me quedo cogido de su mano porque siento bien ese acuerdo fraterno; una corriente cálida me guía con serenidad y dulzura a la puerta que divide el sueño y la vigilia y en lugar de soltarme nos quedamos un rato así, remoloneando, disfrutando el acuerdo, convidándonos el pan de la presencia; o como hoy, que el ataque de tos me quitó una a una las telas en que venía envuelto y protegido y acabé despierto a mi pesar; su mano fue importantísima para estabilizarme y volver a respirar en orden. Sigo tosiendo pero ya puedo controlar yo solo mis espasmos y carraspear con autonomía para remover de su lugar la borraja de las flemas y que deje paso libre al aire.

Al rato saldremos juntos de la casa y nos iremos, cogidos de la mano, paso a paso hasta el consultorio de mi doctor que por fortuna está a pocas cuadras de aquí. Tengo que consultar con él las propuestas de tratamiento que trajimos de Cuba; necesito además que encuentre el bálsamo que me quite la fatiga, y la fórmula que haga que no se me hinchen los pies y los tobillos, y la pócima para combatir la tos, y el remedio para los dolores de cintura, y el específico para el malestar indefinido. Me gusta ir así con ella, cogidos de la mano, aunque al principio confieso que me costó un poco de trabajo convencerla.

Entradas creadas 980

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba