Baco, ¡sálvame!

Pues esto sí que es una maldición. Aunque me resisto a aceptarlo y haré otra prueba y otra y luego otra más. Ya lo venía notando desde hace tiempo pero no me parecía que fuera tan definitivo. Debe haber sido coincidencia, decía yo algunas veces; me cayó mal porque me excedí. Pero todavía recuerdo que una tarde, hará dos o tres meses, luego de que pasaron los efectos de una quimio, me tomé unos vasitos de mezcal y me puse contento; pero contento deveras, con esa alegría que abre el corazón y los sentidos y saca a flor la parte buena que uno tiene; qué bueno es vivir y cuánta alegría siento de repente -sentí de repente-, una disposición total para la fiesta y la armonía, abiertas todas las puertas, hasta las de lo divino. Y como el mezcal era sano y puro dormí bien cuando acabó el ciclo y desperté sin huella. Una experiencia que conozco bien porque he sido devoto de esa religión toda mi vida. Aunque también he conocido las mazmorras en las que se condena a los tontos del culto.

En toda esta semana no probé una gota de bebida alcohólica, ni una cerveza, pues; ni porque estaba en Cuba y hacía calor y ron. Como tenía los pies tan hinchados y alguna vez coincidió beber con hinchárseme las extremidades, ni gota, me dije, ni probadita; venga pura agua y agua a todas horas. Mi amigo que nos hospedó dispuso que hubiera magnífico ron a la mano, y vino, y lo que quisiéramos, pero yo dije a todo que no, como un convertido que abomina de las tentaciones. De modo que ayer sábado cuando Pablo mi hijo abrió una botella de vino para la comida me pareció que ya había yo hecho bastante penitencia y que era hora de volver por el buen camino; dos copas me tomé; dos medias copas, más bien, y luego caí en la tentación: tengo un ron de quince años que me regaló mi amigo en La Habana y había que hacerle honores. Pues una copita, me dije, y uniendo la acción a la bebida me la sorbetée de a poquitos para que me rindiera. Una copita, no más.

Luego me dormí una siesta y desde que volví de ella todo se tornó desagradable; el cuerpo no tenía ganas de estar dentro de sí, las piernas me dolían al caminar y al cruzarlas, al levantarlas y al tenerlas quietas; el estado de ánimo era proclive al abandono; la cintura cesó de servirme como eje del cuerpo; dejé de desear, de aspirar, de tener voluntad, de querer cualquier cosa; me sentía, simple y llanamente, infeliz y miserable. Y supe, eso es lo peor, que todo se debía a las dos medias copas de vino y a la copita de ron. Estoy aterrado; si esto fuera permanente tendría que acostumbrarme a vivir con esa mutilación, y me horroriza. Baco, ¡sálvame!

Entradas creadas 980

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba