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Yo no creo en meigas (brujas) pero haberlas, haylas, dicen los gallegos. Me concentré apretadito muy buen rato para evitar que lloviera en la tarde, y lo logré. No digo que me dolió la cabeza porque sería exagerado pero sí sentí salir de ella unos como destellos que ascendían vertiginosos hacia el banco de nubes a negociar con sus líderes. Acabaron por dispersarse y dejaron pasar leves rayos de sol que templaron el ambiente. Dirán que es coincidencia. Digan. Qué más da. El chiste es que no llovió y el Bar Ronda albergó alegre, seco y suficiente a quienes vinieron. Suficiente y apenitas porque estuvo lleno. Hay una ley en los espacios que conocemos muy bien quienes hacemos actos públicos: la convocatoria es un éxito cuando se llena el lugar, tenga cupo para cien o para diez mil; fracasa cuando hay menos de la mitad del aforo. Ante una sala llena hasta el tope, interesada y cariñosa leí buena parte del libro.

Así que dejémonos de albricias y vayamos a los hechos. En un rato más encenderemos el motor del coche y nos iremos a la carretera. Los vientos nos llevan a Zacatecas, aunque para no manejar tanto rato haré parar la diligencia en San Luis y mañana llegaremos a nuestro primer destino. Ya me veo comiendo gorditas con las hijas de doña Lupe y paseando por el mercado Arroyo de la plata o yendo a buscar un queso al Laberinto. A lo que le tengo miedo es a las subidas y bajadas de las calles de esa ciudad no apta para pulmones distraídos. Pero en fin, caminaré despacito, me detendré a disfrutar los sillares de cantera rosa con que están hechas las casas, buscaré nuevos ángulos para ver el cerro de La bufa y me dejaré alegrar por el afecto suave de los zacatecanos. Ya mañana será otro día.

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