Rosa Venus

Ya cuando decían esto sí no te lo aguanto, era porque deveras; y el reclamo, si no salía entre la espuma de la ira saldría al día siguiente en el desahogo con la mejor amiga: es que el desgraciado me llegó oliendo a jabón chiquito. Ah, traidores baños de los hoteles de paso, reguladores de la moral pública por la vía del olfato. Además de la buena cama y el espejo ahumado en el que se reproducen esos cuerpos ajenos que están ahí, entre los que uno es el de uno pero tan lejano y desconocido que bien podría ser el de cualquier otro que estuviera mucho mejor entrenado que uno para las eróticas acrobacias que se empeña en ejecutar y el otro es el perfecto enigma del cuerpo desconocido que nos ofrece dos espaldas al mismo tiempo y una sensación ambigua de vértigo y pantano; además, digo, de esas cortinas que cerradas ofrecen toda la intimidad que tales cuerpos necesitan, y de la media luz que broncea las pieles, disimula defectos y propicia el justo reposo cuando la euforia decae, parece que tienen que tener un emisario olfativo que vaya por ahí pregonando la culpa: el jaboncito Rosa Venus. Y ni modo, hay que lavarse porque si no es peor.

Como si la fábrica que los hace fuera la única que tuviera los moldes de ese tamaño y su junta de accionistas se reuniera en cónclave secreto cada vez a exigir al gerente que no cambie nada, que el jaboncito siga siendo idéntico a sí mismo por los años de los años, y todos tuvieran la secreta perversidad de la denuncia como objetivo de sus inversiones. Que vayan por ahí clamando su acción indigna con la bandera del olor ondeando a todo trapo, dice tonante el presidente del consorcio. Ay, jaboncito Rosa Venus, ¿de qué tamaño será ya el panteón de tus desgraciados? Mas no obstante, sigue apareciendo en hoteles de toda laya, no necesariamente de esos para transgredir el derecho de cónyuges o el celo de padres posesivos. Sucede hasta en los mejores hoteles, dicen. De repente entras al baño para revisar que tenga toallas y el orden necesario, y lo ves, con su envoltura clásica de dos colores. A mí suele pintárseme una sonrisa ya plácida y no puedo resistir la tentación, si hay dos, de echar uno a mi maleta. Oh tiempos en el olfato conservados.

Pero la rosa no puede ser culpada: Afrodita (Venus) embalsama con aceite de rosas el cuerpo muerto de Héctor, cuando se mete en la aventura de la Ilíada, y de la misma raíz etimológica que la flor viene el nombre de Rhodas, de modo que hace ya tiempo que esa belleza de forma y de perfume nos acompaña; desde que comenzó a cultivarse, dicen que en el Siglo XVI a.C., hasta el poema de Juan Ramón Jiménez que la fija en la eternidad: No la toquéis más, que así es la rosa, esta flor nos acompaña como símbolo de la pureza y desmentido contundente al criterio de que somos una especie destructora, insensible, atrabiliaria;  lo que pasa es que se les ocurrió, no sé por qué condenado espíritu de contradicción ponerle el nombre más delicado al jabón denunciante más conspicuo. Qué cosas.

Entradas creadas 980

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba