Uno y los estudios

Que uno pudiera citar a Juan Ramón Jiménez y un poco más adelante usar una famosa imagen de Shakespeare y en el mismo párrafo hablar de la etimología de Rhodas y del origen del cultivo de las rosas y referirse a una de las acciones más conmovedoras de la Ilíada implicaba antes que nada una buena memoria, una biblioteca ordenada y a la mano, capacidad de concentración y manejo oportuno de datos y una vasta cultura universal; quería decir que se trataba del escrito de una persona culta.

¡Qué tiempos aquellos! Cómo conceptos sólidos y labrados en la piedra del tiempo como los templos de Petra, en Jordania, se vienen abajo como los budas milenarios que bombardearon los talibanes hace pocos años para darle al mundo la muestra de su poder y su barbarie ante nuestra vista horrorizada en las pantallas de televisión; cómo se despedazan con la humedad de los adelantos técnicos las bases de barro de las estatuas que más sólidas parecían estar en sus marmóreos pedestales. Ya nada de lo enlistado arriba se necesita. ¡Vivir para haberlo visto!

Y yo que sufrí lo indecible por no haber hecho una carrera y no haber obtenido un título, aunque fuera el de secundaria; tanto que me he fustigado toda la vida por mi mala memoria, por la dispersión mental que me ha llevado de una curiosidad a otra sin ahondar jamás en un tema lo suficiente para dar un examen o escribir una tesis, por mi horror al estudio y por la inveterada costumbre de acomodar los libros como sea en los estantes de las bibliotecas que he ido perdiendo a lo largo de la vida a causa de rompimientos y separaciones. Ahora debiera ser joven y todo aquello no habría sido motivo de conflicto.

Lo que es indispensable es que al llegar al hotel pida uno la clave para el wi-fi, conecte su computadora y se sepa trasladar de Google a Wikipedia con soltura y domine los punto net y punto com que se le atraviesen. Porque ahí está todo. Ya no digamos si uno en su casa, en su estudio, en su lugar habitual de trabajo tiene contratado un servicio ADSL o puede viajar con un modem satelital de conexión directa desde cualquier parte. De esa manera uno traslada su virtual Biblioteca de Alejandría y su personal Abadía de Cluny vaya por donde vaya.

Pero ay de uno si en el hotel al que llega no hay ese servicio porque entonces todo se interrumpe, todo se queda a medias y el foco de la razón disminuye dramáticamente su luminosidad. Ya uno acostumbrado a manejar con soltura los accesos se queda sin saber si lo que usa es banda ancha o angosta, si el misterio cotidiano de la conexión es satelital ni si podría explicarle a un niño lo que significa ADSL. Y unas orejas de burro comienzan a brotar a los lados de la cabeza inútil de uno que no tiene más remedio que voltearse hacia la pared y quedarse ahí meditando sobre lo bueno que hubiera sido, con todo y todo, estudiar.

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