Un dilema

Una fruta cargada de azúcar, de perfume, de gloriosa pulpa que se deshaga en la boca cuando se claven los dientes y se apropien del trozo feliz que la mordida cobra, o por el contrario, una insulsa, insípida, pastosa, áspera futa que al ser mordida expele enseguida la invitación para escupirla, tal es la peleonera idea que ha ido madurando en la rama de mis especulaciones. Se refiere a la peregrina idea –esta sí es peregrina porque va conmigo de estación en estación, de pueblo en pueblo, con su morralito de pobre, su sombrero asoleado y su bordón nudoso de rama recogida del suelo- de juntar todas las páginas de esta secuencia y hacerlas libro. Ya lo había dicho, lo sé, no crean que se me olvida, pero volver a masticarlo es resultado de la duda que me jala de los pelos –que ya casi ni tengo porque el medicamento mágico me los ha ido tumbando- hacia un lado y hacia el otro. Nomás que el sentido escénico se me aparece todo el tiempo y no halla cómo armonizar churras con merinas, que es dicho español muy útil porque unas y otras son ovejas de distinta lana.

El primer propósito fue jugar, meterme a una aventura; pretexto: publicar los poemas del libro que acababa de terminar y que no tenía ganas de que fuera póstumo. Hacerlo público aunque no fuera en papel y que los textos del diario acompañaran al poema, se divirtieran con él, y si se podía, que le ayudaran a andar por ahí. Pero luego prosa y verso se fueron separando, sobre todo cuando se acabó Se está tan bien aquí y comenzaron a aparecer los de Poemas y otros poemas, que debieron haber durado una eternidad pero nada, se acabaron; y luego Júbilo, que también se consumió en la hoguera de los días; tal como se irá Fuentes antes de lo que nos imaginamos, porque esa es la condición de todo lo que está en el tiempo. Y hubo por ahí otras distracciones, metí en asombros y sorpresas algunos escritos previos de naturalezas diversas. En algún momento me parece que se estabilizó un par de caminos paralelos: de un lado los poemas y del otro la prosa que decidió independizarse y adquirió su molde y sus propias deslucidas galas.

Pues esto es lo que tengo, en esto me dabato. Voy de la condición de miscelánea del posible resultado a la pertinencia de que vayan como hermanitos cuatro libros de poemas, porque sí, porque la azarosa condición de su patrón los metió en una tirada de dados cibernética. Y suponiendo que fuera, ¿luego, qué? Digamos que junto el material de doce meses de bitácora, lo que dará -además de las páginas de los poemas, que son un buen-, unas quinientas páginas de prosa. ¡Semejante mamotreto! Claro que un buen editor puede hacerlo ligero, ponerle alas y rodearlo de aire. Pero es esquizofrénico: con la prosa del diario voy hacia delante pero con los poemas voy hacia atrás. ¿Os dais cuenta del conflicto? Claro que entiendo que es un conflicto bobo, que ni una cosa ni otra importan, que al universo con su redondo ritmo de pies que danzan y giran sobre sí mismos le importa un comino que haya libro o que no lo haya, pero yo me entretengo con esto y alimento así mis pequeños sufrimientos cotidianos.

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