Leer en voz alta

¿Por qué leen mal en voz alta los poetas; cuál es la razón de que la mayoría de ellos juzgue que está bien, que es éticamente correcto, participar en actos públicos leyendo su propia obra y lo hagan mal a sabiendas de que lo están haciendo mal? ¿Qué los disculpa ante sí mismos? Decir que son enemigos de la poesía sería absurdo y acabaría una discusión antes de comenzarla, porque precisamente no lo son. Pensar que es una displicencia arrogante implicaría pensar que se trata de un descuido profesional pero el argumento se derrumba cuando aceptan aparecer leyendo en público, generalmente con muchos nervios y no pocas veces con pánico escénico. No obstante, por encima del pánico y los nervios aceptan voluntariamente y no se esfuerzan en hacerlo bien, o no buscan una solución a la penosa experiencia de ver que el público se desentiende, ve la hora, cuchichea, se levanta, se va. A menos que crean que lo políticamente correcto es ser inexpresivo, inaudible, monótono o atropellado, pero ¿en qué cabeza cabe que sea correcto convocar a alguien a escuchar los poemas y luego dárselos de mala manera, de tal suerte que ni los disfruten ni los entiendan? Que la poesía no es para leerse en voz alta sino en el recato de la intimidad; ok; pero entonces, ¿por qué aceptan hacerlo?

Sé que el terrreno está minado, que me estoy metiendo en camisa de once varas porque muchos de mis colegas van a leer esta reflexión y es más que probable que pertenezcan a ese sector al que me estoy refiriendo. Con cuánta dedicación y disciplina tiene que pulir cada poeta sus herramientas para enseñarlas a expresar lo que entiende que es la poesía; con frecuencia esta dedicación representa un esfuerzo heroico y dura toda la vida; algunas veces se ve coronada por el resultado positivo en la página y consagrada en la perduración del libro. ¿Qué necesidad hay entonces de alejar a los lectores haciendo una mala lectura en voz alta? ¿En nombre de qué franja de la libertad individual puede reivindicarse el derecho a defraudar a los demás? Si la respuesta es que no hay más remedio que aceptar porque es la condición para participar en los actos colectivos nacionales e internacionales, ¿por qué no hacer entonces un mínimo esfuerzo formativo para leer si no bella al menos correctamente? ¿Por qué entran a escena y se niegan tan tozudamente a aprender los rudimentos de las artes escénicas?

Anoche percibí algo que había notado pero en lo que nunca había reflexionado: los poetas que escriben en francés gozan su lengua y leen oyéndose a sí mismos como si oyeran música; los flamencos frasean y modulan aunque sepan que nadie en esta latitud los entiende en su idioma; los rusos (anoche no había pero los hemos oído) suelen decir fuerte, claro y de memoria sus poemas sin ningún miedo a la declamación; los españoles se esfuerzan en la corrección de sus lecturas en voz alta, pero los latinoamericanos parece que tuviéramos vergüenza de usar el español para nuestra poesía. Como no hay testimonios no sé de qué manera leerían sus poemas Darío, Santos Chocano, Martí o Amado Nervo, pero me resisto a creer que lo hayan hecho de la manera desaseada en que leen hoy día un buen número de poetas. Por supuesto que hay excepciones; tantas que hacen tambalear mi observación, pero qué dicha sería, para el público sobre todo, que cada recital colectivo de poesía fuera un concierto de solistas. Y cómo atraeríamos a nuestro oficio esa clientela de cuya escasez tanto nos quejamos.

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