Corazón impecable

Creo que no les comenté que los doctores españoles opinaron vía telefónica, por los síntomas, que lo que tenía era insuficiencia cardiaca derecha y por eso la persistencia de la tos irritativa y de los pies hinchados. Mi homeópata, con el que estoy diario al habla porque además de mi médico es mi amigo, no pareció muy convencido con el diagnóstico y me fui al cardiólogo, que también es mi cuaterroñas, previo hacerme una radiografía, para no andar con tanteos. Ay de mí que voy de consultorio en consultorio en lugar de ir de bar en bar: sic transit gloria mundi, muchachos, sic transit. La radiografía necesitaba para su correcta interpretación de ver la anterior, y esa está en España, pero el cardiólogo tampoco estuvo a favor de la insuficiencia; dijo, para no ponérselas difícil, que lo que detectaba era una atelectasia, y opinó que lo más conveniente era detener mi agitado ir y venir y regresarme al clima seco y la benéfica altura SNM de Madrid. Eso sí, el electrocardiograma está impecable: un corazón perfecto, con su alegre ritmo.

Pero eso acarreó la consecuencia de que me vi en la necesidad de cancelar la ida que tenía prevista a Xalapa para pasado mañana, y no crean que me hace gracia; tenía mucha ilusión de ir y saludar a muy buenos amigos que allá tengo, pero qué se le va a hacer, tomemos las de Villadiego y volvamos a Madrid. Extraño las mezclas de té que preparamos para el desayuno y las blancas y dulces chirimoyas que ya deben estar en los puestos de fruta, extraño el calor permanente de la calefacción que nunca deja que la casa se enfríe, extraño mis paseos peatonales por las calles en torno a la casa y extraño a mis amigos de allá. Qué insatisfecha siempre la condición humana. Hasta mis hábitos de compra en el mercado Antón Martín echo de menos. Ya me veo caminando por la calle Cervantes, nomás por caminar, por hacer un poco de ejercicio, y saludando a mi amigo el dueño de la bodega de vinos con quien tan buena corriente afectiva ha habido siempre, me preguntará qué cómo me fue y yo me detendré a platicar con él como viejos vecinos de barrio; pues me pasó esto y aquello, David, me dolió, tosí, fui a tal ciudad y tal otra que debieras conocer; ya vende la bodega y dedícate a viajar y a conocer el mundo que a uno se le acaba más pronto de lo que quisiera.

Y con estas preocupaciones y divagaciones amanecí hoy. Como a las cinco, cuando la tos auroral me despertó, redacté en la cabeza un párrafo tan bueno para iniciar la página de hoy, que me habría consagrado como uno de los grandes; tenía tal ritmo y tal aliento que hubiera podido ser la frase inicial de una novela famosa –porque era en prosa, no vayan a creer que en verso-, pero el constante traqueteo del tórax aliado a un diafragma asendereado que ya pedía misericordia defendiéndose de las explosiones internas, seguido de una repentina tregua que entre palabra y palabra me llevó de la mano al territorio de los sueños, me impidieron levantarme a escribir. Ni modo: sic transit…

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