La calidad del sueño

Como colcha de retazos, como un campo de alfalfa al que se metió un burro que anduvo comiendo tantito de aquí, tantito de allá y dejó a vista de pájaro un trilladero horrible. Un desastre. Si tuviera que entregar factura no sabría cómo explicar el concepto: por haber dormido, dormitado, cabeceado, sesteado, flojeado, embarrado en el cuerpo de la noche, sin que aprovechara mayormente, pedazos de inconsciencia, que ni sueño puede llamarse; y ni me atrevería a cobrar por la mala calidad del producto. Un ensayo fallido de recuperación del horario que se desajustó con el trayecto. Habré dormido cuando mucho tres horas de corrido, lo demás fue basura. Toser, acomodarse de un lado, del otro, nuevas toses, un chicle negro que se va extendiendo hacia todos lados y con la tos se le hacen infinitos agujeros a los que uno se asoma de balde porque por ningún lado hay isla ni remanso ni bahía que nos acoja. Parecía dormir pero estaba medio despierto; parecía estar medio despierto pero no encontraba una rama a la que asirme.

Ni soy tan ambicioso, con seis horas me hubiera bastado; hasta cinco si la noche se ponía a regatearme, pero dormido, con la solvencia que da sumergirse en un punto y brotar en otro con el olvido compacto y algunos jironcillos de aventura onírica que se queden pegados en el cabello y en los pliegues de la almohada. Algo que valga la pena, vamos, algo conocido. Uno entonces aparece con una sonrisa y dispuesto a pactar con la vigilia lo que sea. Pero con la mala calidad de esta mercancía no hay espacio para negociar nada, tirémoslo todo a la basura y empecemos un trato nuevo, más decente. Alboreaba, me levanté, hice pipí, me tomé un aderogil porque los nolotiles se acabaron, me comí una mandarina que quedaba de ayer, de las que no nos manducamos en el camino; tenía todo incompleto el panorama y la esperanza de que algún remanente pudiera aprovecharse, de modo que me metí a internet sin convicción alguna, sólo por pasar el rato y curiosear en la prensa lo que hicieron y dijeron ayer mis villanos favoritos.

Y pensé que podía aprovechar y completar esas dos horitas de corrido que me faltaban. De modo que me acurruqué. Ingenuo, inocente de mí. Ni sí ni no. Eso es lo peor: ni despierto ni dormido. Hasta que en un arrebato de ira boté todo y me incorporé. A escribir, ni modo. Hay obligaciones y aunque los demás no cumplan –dije con rencor mirando a la noche pasada- uno tiene que hacer su trabajo. Hay que apurarse porque hoy jueves me recibirá al rato el oncólogo y tendremos la primera explicación detallada de lo que fue este más de mes y medio en el salto de mata en que anduve, qué me dolió, cómo empezó el calvario infinitamente largo de la tos, qué tanto los pies y los tobillos perdieron su gracia de bailarines y se pusieron a engordar por su cuenta; habrá de ver la radiografía que me hicieron en México por encargo de mi médico homeópata y el electrocardiograma que me hizo mi amigo cardiólogo en que consta que mi corazón, a pesar de todo, resistió ajetreos, homenajes, despedidas, y tan campante, tan dispuesto a volver el año que entra. Si no fuera por la maldita noche que pasé.

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