Catarro

Y para acabarla de amolar, ¡un gripón! Ya desde antier se vislumbraba cuando le dije por teléfono a mi médico homeópata –con quien hablo dos o tres veces por semana a México- que la tos había invertido sus modos, que ahora me ardía el tubo al toser y que me escurría una gotita pertinaz e inoportuna. Ya sabes: ese cosquilleo característico en la parte superior interna de la nariz que es inconfundible. Cambia el medicamento, me dijo y toma este otro. Y ayer, mientras lo tomaba fui sintiendo conforme avanzaba el día cómo se iba transformando mi respirar y cómo la tos se iba acoplando con un nuevo estilo más gangoso y fofo, más juego de cavernas que aire libre.

¿Dormir?, preguntaréis oficiosos como si al lado del médico estuviérais tratando de allanar sus olvidos: ¡ni madres!, os contestara: tres o cuatro veces me quise dar a la tarea; avanzaba la noche sin contar conmigo. Apagué la luz, cubrime con el edredón, busqué la quietud relajada de ladito pero el tambor irregular de la tos percutía en la selva del insomnio con furia de tribu salvaje: cajúm, cajúm; cajum, cajum, mandaba sus mensajes por el aire silencioso anunciando que movería las flemas de la víctima por el tubo de escape de sus expectoraciones y habría fiesta en el reino selvático de lo maligno. ¡Venid todos a disfrutarlo!, parecía decir dirigiéndose al corro de los ominosos invisibles. Encendía yo entonces la luz y me incorporaba para conjurar el momento. ¡Fuera, fementidos entes! Leer un rato, entretenerme. Cuatro, cinco, seis de la mañana, intento tras intento: junto con el aire se oían volar aves gigantescas que me aleteaban amenazantes adentro del pecho; respirar era un acto telúrico que implicaba ese riesgoso comercio con pájaros peligrosos entrenados para dañar. Hasta que una bocanada de sueño me venció y me dormí tres horas.

De las que vengo saliendo con la nariz irritada, humor de fiera acorralada, ardores en el pecho, la punta de la nariz roja y adolorida –como si no fuera suficiente con tenerla externamente ocupada con el acné galopante que la mantiene rígida y adolorida procesando por la piel (de la nariz y de toda la cara y el busto, como llevo dicho) la salida de huestes invasoras que trabajan en desperfectos mayores localizados en un pulmón del organismo.

El día está nublado; hace frío. Del que estoy exento, claro, porque no pienso salir a la calle y la casa permanece con temperatura regulada y agradable todo el día. Pero por lo menos que entraran rayos de luz esperanzadora por las ventanas y no ese plomizo peso de infame día con catarro y sin ilusiones.

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