Un sueño de destrucción

Una trama horrorosa: soy un músico –intérprete y compositor- europeo profesional y me veo organizando una serie de conciertos-destrucción en los que están involucrados muchos músicos mexicanos. Cada concierto es una máquina que hace desaparecer todo el edificio en el que tiene lugar; digamos que el concierto es el edificio. Y yo estoy furiosamente aplicado a conseguirlo, sin contar con que tengo toda la capacidad y habilidades para hacerlo. Y el poder. Al final, cuando ya falta poco para terminar la obra demoledora, cuando han caído sucesivas edificaciones arquitecto-musicales, me doy cuenta de que todos esos músicos, quiera yo o no quiera, me guste o no me guste, son parte de mi propia familia, mis hijos, mis nietos, mis sobrinos y que lo que estoy haciendo es una venganza espuria, ilegítima, mal encaminada, porque todos ellos no son los causantes de mi tos. Y no solo eso, sino que la dolorosa, la desgarradora tos, se podría haber resuelto armónicamente si en lugar de destruirlos los hubiera conjuntado de buena fe.

Para soñar esto hube de pasar previamente por un proceso de insomnio que lleva ya dos o tres semanas. Desde que estoy tomando este tratamiento de medicinas de laboratorio –creo que es medicina molecular- casi no duermo. Cortisona y Tarceva están haciendo estos estragos. Ayer, por ejemplo, habiéndome dormido después de las cuatro me levanté a las siete porque había que ir a análisis de sangre (que fueron bastante positivos, por fortuna); no dormí más en todo el día. Por la noche oí pasar las horas sin encontrar un solo remanso en que tenderme hasta pasadas las cinco de la mañana; vi sucesivos capítulos de una serie de televisión (ahí debe estar la clave), leí periódicos de ambos países, un libro antológico de diversos autores mexicanos conjuntados arbitrariamente por Lolita Bosch (o sea que las claves existen). El ataque de tos, como a las ocho y media de la mañana, cuando otra vez llevo sólo tres horas durmiendo, está cargado con la explicación de los motivos de mi sueño y me despierta imperioso para que lo cuente, para que lo escriba antes de que se desvanezca como se desvanecen todos los sueños, hasta los más potentes.

Yo músico y músicos mis descendientes y un oscuro impulso de acabar con ellos porque no los conozco ni los entiendo y creo que me son nocivos. Y la trama perfectamente organizada con habilidad de guión de serie policíaca. ¡Qué espanto! Y cómo no van a tener los sueños el prestigio mágico que tienen si actúan con tanta alevosía sobre nosotros, si tenemos tan incompleta información de su perversa máquina, si están tan lejos del deseo y tan cerca de no sabemos qué complicaciones de la conciencia. Si sólo nos acercamos a ellos con vislumbres tan leves que al despertar no sólo no sabemos nada sino que traemos dagas enterradas. ¡Ay, padre Shakespeare, vuelve y ayúdame a entenderlo, déjame abrir la página en la que sabes lo que está pasando y te ríes junto conmigo del destino! ¡Padrecito Freud, ayúdame! Yo sé que hay gente que con dos o tres horas de sueño tiene bastante; a mí me desquicia, como se ve.

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