Tengo un principio de rebeldía. Quién no. No voy a ser siempre el sujeto sumiso y dócil que ponga los lomos a modo para recibir la siguiente dosis del látigo hiriente. Amanecí reivindicativo. Tengo derecho a la subversión, como cualquiera que tenga sangre en las venas y sienta que por ella corren fluidos ancestrales de orgullo y digna legitimidad. Estoy hasta la madre del sufrimientito diario y la resignación. Esta noche otra vez, pasadas las cuatro me revolvía sin poder asumir la posición horizontal para dormir, a pesar de que me caía de sueño, porque nomás lo intentaba parecían querer salírseme los pulmones a merodear por la madrugada madrileña. Nos vamos por nuestra cuenta, no te desveles, me decían los muy ingratos saliéndose en cada tosido compulsivo. Prueba con zinc, me dijo mi homeópata al oído, cada diez minutos durante una hora y si no da resultados… ¡Si no da resultados! ¡Me cago en la leche! ¡Son las putas cuatro de la mañana! (ya estoy aprendiendo a blasfemar a la española, nomás que me da risa cuando me imagino la práctica de la blasfemia) si no da resultados salgo, me compro un jarabe de codeína y a la porra con la homeopatía y sus humanitarios y salutíferos propósitos. Y colgué el teléfono con ira (disimulada, porque Roberto, el médico, no se merece ni el menor despropósito).
Porque haber hay. Hay con qué cortar de golpe la tos y no estarse sufriéndola durante más de dos meses con monacal paciencia sólo para no meterle al pobre organismo drogas que curan de un lado y descuran del otro. Opiaceos, codeína. Ahora bien: Ocasionalmente puede causar nauseas, pérdida de apetito, mareos, dolor de cabeza, confusión, excitación, sequedad de boca y palpitaciones, dice entre otras linduras el tío Google. Y luego agrega que no dejes de tomarla de golpe porque puede haber no sé qué descompensaciones. Pero no te preocupes porque si te da diarrea tomas esto y si te da lo otro tomas aquello y así te la vas llevando con el puño de medicamentos diarios que van trenzando la macabra red en que las Parcas han tejido tu inevitable destino de consumidor de productos de laboratorio. De víctima inevitable. Total, que me tomé el zinc. Como hora y media me estuve cuchareando y en una de esas apagué la luz y ¡zas!, que me duermo, ya no sé si tosiendo o sin toser.
Ya desperté y toso. Ya desayuné y toso. Estoy escribiendo y toso. Del latín tussis; qué chistoso/, en lugar de crecer se hizo pequeñaja la palabra, como despectiva, como queriendo quitarle protagonismo. Algo tengo que hacer hoy con esta rabia íntima que me subleva; no me agacharé como el cordero que pone el cuello para el cuchillo sacrificial. (Gulp, qué inoportuna imagen se me vino a ocurrir; claro que con un corte definitivo en el cuello se acabaría la tos.) Ahorita no, porque tengo que ir al ambulatorio (y ya se me está haciendo tarde por apapachar mi rebeldía) a que me hagan el control de coagulación de la sangre para que no me vaya a dar un trombo, pero en cuanto regrese me pongo a buscar una solución radical. Faltaba más.