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La desgracia de ver

LA DESGRACIA DE VER

La mundo vencida y abierta
pone sus anchas caderas frente a mis pobres ojos.

Qué redonda y grácil es la tierra,
y qué sabrosa.

Y no tengo con qué. Tan grande.
Doy por la banda mis tímidos suspiros
y envejezco.

Ahí el cumplido orificio de la razón
me invita
a gozar los placeres del deseo prohibido
mientras mi derrotada juventud aúlla
escarnecida en el plano magnífico
de una buena educación
bien aprendida.

¿Vencida? ¿Abierta? ¿Mundo?
Más bien una oscura caverna que me invita
a recapitular hora con hora.

Pongamos en su lugar la fantasía,
en su altar el deseo
y en su cajita de guardar
lo que quedaba.

Y enseñémonos, agrestes,
hirsutos pero cálidos, a contemplar a los demás
cómo se besan en el parque,
y se toman el cuerpo para ambos
y se dan
y se dan.

Y la mundo que gira
como modelo del antojo. Y ya.

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