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Matar el tiempo

MATAR EL TIEMPO

El discurso lineal de mi jardín
susurra sin embargo en variedad de tonos,
despliega sustantivos redondos y jugosos,
genera frases de ardoroso verde intenso,

y muestra al aire compuesto de sus versos
giros insólitos: las flores.
Hasta allí, normal.

Es extraña la abundante podre
en tan escaso espacio;
las hojas son así,
se caen en rectas engañosas
quebradas por el azar del viento.
Y caídas, las pobres, se deshacen.

Nada es mejor que el sonar de esta verdura.
Tocada toda por mi mano
canta sus tiernos salmos,
endechas de rosal, de zarzamora, de durazno,
de ciruelo torcaz, de higuera y de naranjo,
dalias emperatrices, acantos prepotentes,
lirios distantes y malvones rojos,
el níspero, el abeto, la grosella,
la siempreviva rolliza y la santamaría,
los helechos, los plátanos, la malamadre,
la hiedra común, la millonaria, el jitomate,
la yuca poderosa, el pícaro guayabo,
el arete, la gloria, el epazote, el crisantemo,
el granado, el cerezo, la vid emprendedora,
el romero, la sábila y la ruda,
todo canta, arrulla, baila en línea franca,
desenvuelve el paño lujoso del sonido terso.

Frente al discurso redondo de los peces
que, dentro de la casa,
en el cristal que nadie palpa,
sueñan que aprisionan el tiempo
y se lo almuerzan.

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