Acá los llaman crismas (christmas)

Cuando uno tenía que enviar el recado por correo se entiende que aprovechara un solo desplazamiento para poner el doble mensaje: feliznavidadyprósperoañonuevo, porque comprar (o hacer, en los casos heroicos y artesanales de los que se atreven a hacerlo a mano) una tarjeta para cada ítem, idear un mensaje, llenar un sobre, hacer una ida al correo y gastar lo que cueste cada envío, quedaba, por decir lo menos, al margen del sentido común. Y para colmo, la cercanía de las fechas. Pero el sentido común dura lo que los cambios en la vida cotidiana quieren que dure. La realidad, que va más rápida que nuestra conciencia, ya nos volvió a rebasar sin que nos diéramos cuenta, como de costumbre. Ahora es por demás juntar ambos mensajes en un solo envío.

Porque son dos: uno, el de la Navidad, que celebra en corto el mito de la redención: de nosotros mismos tiene que nacer cada vez uno mejor que nos salve de los errores que cometemos, que esté, como estamos dispuestos todos, a llegar al último sacrificio para avanzar en la construcción de una vida mejor; creámoslo, gocemos creyéndolo; y compartir con los demás el mito es una manera de entrar juntos a la ebriedad de la fiesta: feliz Navidad, ¡feliz Navidad para ti y para mí, y para los que son como tú y como yo, que es como se debe ser! Y otro, que es la renovación, el ciclo que termina y es al mismo tiempo principio, en el que cada uno de nosotros, como las ínfimas fibras de un tejido vegetal que al trenzar sus filamentos crea hilos que pueden ser tan resistentes como los que detienen a los barcos en los puertos, o más, y que tiene como plazo el concepto del año, que acaba y recomienza siempre, así llevemos la cuenta china o la judía o la cristiana o la musulmana, o la de Stephen Hawking o la que nos dé la gana, somos sostenedores de una idea del mundo que pregona la prosperidad como punto de partida, como sistema y como meta. O prosperas, güey, o te verás muy mal, muy muy mal; así que para entrar al círculo de mi corazón y aprecio, aplícate a la prosperidad con todas tus fuerzas, las mismas con que yo te deseo que lo hagas, aunque puedas encontrar un resabio de retórica en la manera de decírtelo que, la verdad, no sé cómo ocultar, porque también me doy cuenta de que se me nota.

Pero como ahora ya no enviamos estos mensajes por correo terrestre, sino por el electrónico, que tiene otras leyes, bien podríamos hacer conciencia de lo que significa y ponernos al día: he recibido muchas felicitaciones en el e-mail para ambas celebraciones que vienen en un solo mensaje: feliznavidadyprósperoñonuevo, o alguna de sus escasas variantes; por supuesto que las recibo, les abro la puerta, les doy un vaso de agua y les ofrezco un sitio fresco de recuperación y descanso, y mi corazón se alegra; pero no dejo de notar que estamos usando un lenguaje que no está bien ubicado en el medio que usamos. Una cosa es la Navidad, con sus ternuras y encantos impuestos sobre la persecución y el desamparo, y otra -que deveras que no tiene más relación con ésta que la cercanía de las fechas-, la del Año Nuevo. Sería bueno, ahora que tenemos este medio tan versátil, que intentáramos separarlas, aunque sea nada más para ver qué significan por separado. Y a ver qué se nos ocurre decir en cada ocasión, para ventilar los mitos.

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