El 1º y yo

-A ver, día primero del año que te presentas tan bonito, fresco y soleado, transparente, azul arriba y con formas y colores de ciudad serena a la altura de quienes te vemos, y tan tranquilo y sin nada que hacer; te propongo: vamos sentándonos a hablar.

El día, muy suyo como es, coge de un armario invisible un manto leve de nubes y se oscurece un poco, quizás para darse empaque y que no piense el interlocutor que va a ser fácil llegar a algún acuerdo.

-¿Y cuál es tu preocupación, o qué? –me dice con un tono que no deja de incomodarme por el retintín de indiferencia que le imprime, como marcando las distancias; cosa que me parece innecesaria porque yo en ningún momento he sentido o pensado que el día y yo somos iguales; reconozco y respeto jerarquías. Su estatura es enorme, para empezar por ahí; yo mido uno setenta y cinco. Y peso 66/67.

-La primera es celebrar. Me gusta el ocho, que tiene tantas lecturas- le digo con espontaneidad y sin pensar que pueda creer que estoy lambizconeando con el estreno del número que hace diez años no le tocaba, que quiero quedar bien con él acariciándole el lomo en donde tan bien se le pinta ese infinito cuando se agacha.

-¿Y?-, dice sin verme y echando unas nubes más alrededor como para quitarme el primer entusiasmo.

-Pues me gustaría darte la bienvenida, decirte que estoy para lo que se te ofrezca y que pienso estar disponible los trescientos sesenta y cinco del año más el entenadito del bisiesto; que si cualquiera de éstos tienes dificultades con los demás, o con otras cosas, y necesitas un oído que te escuche, yo suelo tener un vino muy bueno de la frontera de Rioja con Navarra y podemos descorchar las conversaciones que haga falta.

Lo veo hacer pucheros y no sé si toqué una fibra que lo conmovió o más bien está encabronándose con mi necia inocencia y eso es lo que lo hace proyectar un halo frío que se extiende por donde yo acababa de ver que iban efluvios cálidos de sol. Estoy a punto de mencionarle los propósitos de año nuevo, pero algo por dentro me hace frenar la carrera: que tal que me dice que no le interesan esas mamadas, y echo para atrás las posibilidades del convivio. Tranquilo, tranquilo, me digo quedito para que no me oiga, no vaya a creer que lo estoy queriendo marear.

-Pues podríamos ir apuntando las principales acciones en las que pueda yo intervenir -le digo solícito-. El cumple de Milagros y mío el dos de marzo, una ida a México poco después por razones que luego te cuento, el pospuesto viaje a Grecia, una pasadita por París y otra por Berlín.

-¿Y tus quimios?-, me dice de repente con una voz tétrica y terrosa que me hace pensar en una persona mayor, en mi abuela, por ejemplo.

-Ya lo iremos sorteando-le respondo con voz cantarina y sonriente-, eso ya se verá.

Veo entonces al día perder sus cabales, como si algo lo hubiera sacudido muy por dentro; las mejillas se le ponen rojas, se le desorbitan un poco los ojos, se acalora y avienta a un lado algunas de las nubes con que se cubría y alza las manos al cielo, como clamando ayuda.

Yo me desentiendo, con días tan temperamentales no se puede llegar a ningún acuerdo. Hagamos mejor nuestros proyectos a solas y dejémonos de coloquios imposibles. Cada quien lo suyo.

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