PARTIR EL SOL
I
Aquí comienza una pelea de amor
con mi enemigo,
que deberá concluir
cuando alguno de los dos se rinda.
Ambos contendientes vestimos igual;
batallamos de preferencia a solas
en diversos campos y plazas.
El que al final venza
obtendrá la codiciada presea:
el estandarte y el derecho a portarlo.
II
Ahora vienen los sonoros cascabeles
de los retadores,
los timbales y las chirimías
con que atruenan la bóveda del alma
y los dulces instrumentos de cuerda
que hilan cedazos
para cernir blasfemias.
Como en la antigüedad,
la cortesía precede a la violencia,
se somete la fuerza salvaje
a una voluntad anterior al goce
y los contendientes, excitados, beben,
danzan y se ríen
y alegran los oídos de las damas
antes de comenzar a destazarse.
III
De pronto se suspende la música,
se hacen meses de silencio;
el júbilo, que no se acaba,
huye a los patios interiores
o a las terrazas lejanas;
la luz del día no cambia más,
suspendido en el cenit
el sol espera ser partido
y en el centro del campo se alza
de la pura tierra
una fogata
para que cada uno de los batalladores
meta la mano al fuego
por sí mismo.
IV
Te toco, edad, te toco con la piel
que rasgas junto con la blanca lona del miedo.
¡Al arma!, grita el combatiente.
¡Al arma!, grita el inocente enemigo.
Y comienza este reguero de sueños,
de sangre, de buenas y malas intenciones
que el pavor auspicia, por oficio.
V
El que pelea siente pavor;
la helada presión por todas partes
lo hace fingir una risita idiota;
tiene frías las rodillas y las manos
y con gran trabajo trata de contener
el sudor de la frente
para no verse en desventaja.
El enorme campo de visión se estrecha
hasta que el panorama se torna
una aguda cuchilla
contra la cual, de frente,
el peleador se lanza.
