Llavecita que viaja

Como nunca he creído en las medallas
me colgué de un hilo al cuello la llave de mi maleta.
Me encomiendo al signo útil y fugaz.

Santificada por el amor
también mi llave es inoxidable y milagrosa.
Para llevarte conmigo, nena, te colgué de un hilo al cuello.

Oigo cantar aleluyas a mi paso.
–Allá va el que se inventa día con día,
el que dispone siempre su juego de manera distinta;
allá va el que sabe hacer las trampas.
Y se pronuncian mis innumerables nombres.
–Sí, dijo el poeta,
yo soy Garrik, cambiadme la receta.

Huyo de lo que es cierto
como la mosca del manotazo.
Las ciudades chicas me desconciertan,
no se puede querer con libertad,
no se puede ser mago ni soñador sereno;
no quepo en ellas
con el mapa colgado de un hilo al cuello.
Se burlan de mí las mejores muchachas,
soy una caricatura de señor,
mi pasado es imposible.

Con mi llave abro tu blusa,
te desvisto el pecho,
desnudo tus palabras,
revelo el sabroso arco de tu vientre.
Es más sabia que yo: es llave que nada cierra.

Espero que andando el tiempo
tengas un sitio preponderante:
museo, llavero de esmeraldas, cuello de niña fresca.
Me imagino que creces, que maduras;
abrirás estas ciudades tan ásperas conmigo,
abrirás sin ton ni son
lo que hasta aquí permaneció cerrado.

Hoy no es más tarde que antes para irme.
–Si la vida tuviera música de fondo, dijo Yunes,
–qué sinfonía atronadora acompañara tu paso,
pantalón apretado, ligera blusa,
cadera de ángel, muslo casi perfecto,
contesto varios días después
en otra ciudad, en otro clima,
en soledad expectativa.